“Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, se encontró en su cama convertido en un monstruoso insecto.”
No lo digo yo, es el inicio de Metamorfosis de Franz Kafka.
4.684.301. No es una cifra erótica, es una cifra pornográfica. Es el número de parados registrados en España según la última estadística de ocupación dada a conocer este mes de mayo.
Salvo excepciones de vagos redomados que buscan ser mantenidos, detrás de este número se esconden millones de jóvenes que han dedicado años y esfuerzos a sacarse una carrera universitaria y un master para luego no encontrar ni una triste oferta de empleo. Personas que dedican todas sus horas a buscar trabajo donde sea, incluso modificando el currículum a la baja… para, en el mejor de los casos, acceder a un sueldo
Minus Quam mileurista que ni en sueños permite independizarse.
Y no es peor que para aquel que ya ha rebasado los 50, que ve imposible una empresa le dé trabajo, a pesar de su experiencia forjada con los años. No se es una inversión rentable a ojos del empleador… pero mientras tanto, la familia sigue necesitando comida para alimentarse, ropa para vestirse y calefacción para no morirse de frío. ¿Cómo no enloquecer?
Las últimas tasas están aflorando datos positivos de descenso del paro, la Seguridad Social está ganando afiliados. Buena noticia sin duda. Un halo de optimismo. Sin embargo, estos datos han de ser tamizados por una creciente realidad. Son muchos los que hoy se denominan ‘emprendedores’ a la fuerza. No son más que personas agotadas que, ante la imposibilidad de encontrar un empleo, deciden lanzarse al ruedo a la desesperada y a ver si la flauta suena.
Eso, por no hablar de aquellos empresarios cuya oferta de trabajo consiste en: “Te haces autónomo y tu sueldo serán las comisiones de venta de mi producto”. Es una pernada como una catedral, pero no soy quien para criticar o juzgar a quien lo acepta.
Tener a mucha población en el paro no es sólo un problema económico. ¿Qué hay del daño psicológico que supone que día tras día te den con la puerta en las narices? Uno acaba sintiendo que no tiene lugar en esta sociedad, que es escoria, una garrapata. Que por mucho que se grite, los lamentos caen en el vacío porque nadie los oye. O peor, nadie los escucha. El alma se va minando. El futuro se tiñe por completo de negro, sin margen para el progreso o para tener una calidad de vida meridiana. Ya no hablamos de dinero.
Y saber que las crisis siempre son provocadas adrede por unos pocos no ayuda a apaciguar los ánimos.