Ser barojiano
Por
Josep Maria Aguiló
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jmaguilomallorcadiariocom/8/8/23
sábado 20 de abril de 2019, 03:00h
Uno de mis grandes amores literarios y artísticos desde hace ya muchos años no es una persona sola, sino casi una familia entera, la familia Baroja, con especial predilección por don Pío Baroja y por su sobrino Julio Caro Baroja. Mi admiración por el autor de «El árbol de la ciencia» es tal, que es el único escritor del que tengo sus «Obras Completas», en la edición de José-Carlos Mainer para Círculo de Lectores, publicada entre 1997 y 1999.
Admiro a Baroja no sólo porque es una verdadera delicia leer sus novelas, sino también porque la mayor parte de los personajes protagonistas de sus obras eran rebeldes, románticos, aventureros, filósofos a tiempo parcial y soñadores a tiempo completo. Paradójicamente, la idiosincrasia de esos personajes solía contrastar con el carácter del propio Baroja, esencialmente tímido, melancólico y solitario. De ahí que a menudo nos lo hayamos imaginado paseando entre las brumas y las nieblas de la casa familiar de Itzea, o recorriendo El Retiro en los días grises y otoñales, cuando el reuma, las autoridades competentes o el buen tiempo así lo permitían.
Esa percepción la hemos tenido también a veces al pensar en la mayor parte de integrantes de la familia Baroja, imaginándolos haciendo tertulias en una mesa camilla, al caer la tarde, con un pequeño brasero, o junto a una chimenea. «Estas páginas —pensaba— interesarán, tal vez, en lo futuro, a un número pequeño de españoles que recuerden con simpatía ciertos ambientes y figuras de la primera mitad del siglo XX. Ello me bastaba», escribió Caro Baroja en «Los Baroja», obra capital para entender el devenir histórico y biográfico de esta entrañable familia.
No sé si en la actualidad aún se debe de leer al maestro Baroja en los institutos, como se hacía en mis ya lejanos tiempos de estudiante, pero me gustaría que así fuera. Descubrir por ejemplo «Las inquietudes de Shanti Andía» cuando somos aún adolescentes, es una de las cosas mejores que nos pueden suceder en esa época de nuestras vidas. Por suerte, esa pasión literaria inicial suele acabar convirtiéndose en una compañera fiel también en los años de madurez. «Cuando se lee un libro de Baroja, tenemos la sensación de que estamos andando y de que, en estas andanzas, la vida, intensa vida, nos circunda», escribió su gran y fiel amigo Azorín.
Alguien dijo en cierta ocasión, refiriéndose también al autor de «La busca», que con él habían empezado a salir en las novelas españolas, por vez primera como protagonistas, las personas más olvidadas, más desarraigadas, más humildes, que en su caso eran tratadas siempre con gran compasión, ternura y respeto. Esa manera de entender y de valorar la vida, de intentar comprender sin juzgar y de no dejarse llevar casi nunca por apasionamientos excesivos, es muy barojiana. Quienes amamos a Baroja, solemos entender y valorar la vida también así.