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Señor: ¡Aplica el 155, ya!

Por Jaume Santacana
miércoles 18 de septiembre de 2019, 06:00h

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Hace unos días, un amigo mío -catalán para más señas- me invitó a la Ciudad Condal con el objetivo de que viera, de primera mano (o de primer ojo), qué se cuece en la tierra catalana, bendecida, otrora, por la Moreneta, la Oscurita. Lo qué ahora les voy a contar no es más que un pequeño resumen de lo que pude observar; casi un listado de aquellas cosas que, en un vistazo general, alcancé a contemplar.

En primer lugar y casi antes de poder deshacer la maleta, me encontré en medio de una manifestación masiva (bueno, masiva es poco; multitudinaria, tumultuosa, incluso profusa, si fuera necesario) que me dejó patidifuso (bueno, patidifuso es poco; pasmado, atónito, aturdido, incluso alelado, si fuera necesario). Para que vean la magnitud de la concentración, les diré que la Policía Municipal (antes Guardia Urbana) cifró la procesión en unos seiscientas mil personas. Cabe tener en cuenta que la Policía de Colau y sus secuaces se muestran posicionados ante el Procés del modo antiguo de una de cal y otra de arena, es decir, aquí caigo y aquí me levanto; muy Colau esta política. Los concurrentes a la aglutinación humana gritaban, exaltados, con un ímpetu arrebatador, consignas a favor de la inmediata aplicación en Cataluña del famoso artículo 155 de la sagrada y petrificada Constitución Española (aquella constitución que, Cánovas del Castillo, en un momento de lucidez parlamentaria como no la hay ni la habido ni la habrá jamás, declaró la posibilidad de modificar su título primero -aquel que define “es español todo aquel que, etc...”- por una frase cerrada que dijera claramente: “es español todo aquel que no puede ser otra cosa...”). Pues bien, prosigamos: la masa, enfervorizada, enardecida, exigía, instaba a la Administración la urgente práctica del citado artículo, con la consiguiente anulación de todo aquello que apeste a autonomía, a lengua vernácula, a inmersión filológica, a auto-gobierno, a Fiestas y Congresos, barretines, castillos humanitarios, banderitas, etc.

Sí, señores, así está la cosa en Cataluña y su capital: ¡está que arde!

Pero hay más: durante mi estancia en Barcelona no he encontrado ni un solo guiri. Parece ser que los clásicos turistas han desaparecido de Cataluña y Barcelona al ser alertados, con razón, del clima de violencia, profanación y ensañamiento que se ha adueñado de la capital catalana. La gente por las calles se dedica a amenazar y actuar con suma ferocidad a todo aquel que exhiba un reloj, un teléfono móvil o, incluso, unas “Ray-Ban” de mantero. Los arrebatos están a la orden del día y el número de víctimas -entre muertos, heridos y tullidos- alcanza cifras angustiantes (más de quince mil difuntos y otros tantos finados (o sea, unos treinta mil) diarios, según fuentes municipales); otra vez, Colau en el podio de las estadísticas.

En relación con la causa secesionista (los del ho tornarem a fer) y su antagónica fuerza imperialista y constitucional española (los del a por ellos) las refriegas en las calles y plazas de Barcelona se cuentan por millares... si no más. A cada minuto las riñas y reyertas se adueñan de los espacios públicos y la sangre corre por el asfalto y, finalmente, desemboca en las alcantarillas (por eso las ratas catalanas vienen tan rechonchas y regordetas...). Los alaridos y el gimoteo de los contendientes estremecen y las armas blancas hacen el resto.

Finalmente, existe una creciente preocupación entre el pueblo catalán (ahí, en este caso, hay una cierta unanimidad de criterios) en solicitar que el bilingüismo se apodere de las estructuras políticas de la región. Visto que, actualmente, los únicos bilingües son aquellos que hablan y dominan los dos idiomas, el catalán y el español -niños procedente de la criminal inmersión lingüística incluidos- la propuesta exige a los monolingües (de habla solo castellana española y con especial ahínco, los castellano-manchegos) a convertirse en bilingües lo más rápidamente posible; es decir, que los que más exigen el bilingüismo se apresuren a aprender y practicar el noble idioma de Mossèn Cinto Verdaguer, para convertirse, pues, en unos ejemplares dignos del mejor bilingüismo planetario. Los demás -los secesionistas- ya tienen la tarea hecha y desde hace mazo años. He consultado a más de mil señoras de más de ochenta años de edad (y que llevan unos setenta trabajando y viviendo en Cataluña) y me han comentado que, hasta el presente, nunca jamás han tenido ningún problema con la convivencia con los bilingües catalanes, pero que, vale, qué sí, que si les obligan a aprender catalán, pues mejor que mejor... Incluso, más de trescientas han recalcado que les hace mucha gracia asistir a clases de catalán.

Bueno, señores, les he prometido al inicio de mi intervención escrita, un breve resumen de mi visión actualizada sobre Cataluña. Podría extenderme mucho más (e incluso más) pero creo haber realizado una labor de contención literaria con el fin de intentar compendiar lo más importante que creo haber observado en mi viaje a tierras catalanas.

En cualquier caso, ¡así está el patio! De momento.

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