La figura del ilustre jurista y político mallorquín, Fèlix Pons Irazazábal, ha sido acertadamente destacada y homenajeada, al bautizar una avenida de la ciudad de Palma con su nombre. Al acto donde el alcalde de la ciudad, Jaime Martínez, descubrió la placa dedicada al político socialista, asistieron los exprimeros ediles Ramón Aguiló, Joan Fageda, Catalina Cirer, Mateo Isern y José Hila, lo que da idea de la enorme talla política de un vecino de Palma que en su día logró ser durante diez años presidente del Congreso de los Diputados, tarea no sencilla excepto para un político moderado, dialogante y proclive al consenso.
Tras oír las lógicas alabanzas a su figura política, en especial las provenientes de la actual presidenta del Congreso, Francina Armengol, procede preguntarse si ella misma está a la altura de su antecesor, por más que señala que Pons es para ella un referente político y personal. Cuesta ver similitudes entre ambas figuras políticas, y no sólo en su talante. Fèlix Pons no permitió jamás que los diputados se expresasen en otra lengua que no fuera el castellano, norma y costumbre que Armengol arrumbó el mismo día que ocupó la presidencia del Congreso. Y además, no se recuerda que Pons utilizase su cargo institucional de forma descaradamente partidista, como acostumbra a hacer la secretaria general del PSIB-PSOE, quien, además, no pierde oportunidad de ejercer de líder de la oposición al Govern de Marga Prohens, algo a todas luces incompatible con su cargo de árbitra y moderadora del debate político nacional.
Sería bueno que las alabanzas a Fèlix Pons no se queden en el mero postureo y en la foto con sus familiares, pues el legado de Pons va mucho más allá. Habría que seguir su ejemplo político en todo, y no ensalzar su figura, a la vez que se actúa radicalmente en contra de lo que él defendió con su ejemplo durante su vida pública. Y eso por no hablar de su faceta de jurista, respetuoso con las leyes y con los procedimientos, algo que en la actualidad apenas ni se recuerda, pues se modifican a conveniencia de los gobernantes sin el menor rubor.