Ha pasado ya el tiempo en que estuvo de moda la conciencia monológica. Es decir, una conciencia moral solitaria que se hace a sí misma. La llamada conciencia cartesiana. Por el contrario, nuestro tiempo es el de la conciencia dialógica, directamente vinculada a la obra de los filósofos alemanes, Habermas y Apel. En su ética
discursiva, se abre la conciencia a las formas sociales de interacción entre las personas. Esta interacción, es entendida como algo distinto y enfrentado a la conciencia
monológica.
Es decir, ya no se trata de un yo autónomo que crea su propia conciencia moral y sus normas morales. Al contrario, solamente los acuerdos razonados de las personas que participan de un sistema normativo (por ejemplo, un código de conducta) pueden validar este sistema. Y para ello se necesitan formas de comunicación entre los participantes. Que no pueden ser formas manipuladoras o estratégicas. Es decir, no deben serlo. Veámoslo más de cerca.
Hablaré, muy resumidamente, de la teoría procedimental del discurso racional de Habermas y Alexy. Es importante porque nos mostrará qué exigencias tiene la comunicación racional entre las personas (los llamados ‘participantes’) para validar, por ejemplo, un sistema moral o jurídico determinado, o tener un diálogo racional.
La primera exigencia, es que el que participa en la discusión sea coherente. Es decir, que no sea contradictorio. Por eso es irritante y frustrante dialogar con Pedro Sánchez. Dijo que nunca pactaría con los proetarras de Bildu, y lo hizo. Dijo que nunca aceptaría a Pablo Iglesias en el gobierno, y lo hizo. Etcétera. No se puede dialogar con gente así. Si es que se quiere dialogar en serio. Hay que ser coherente. O sea, falso diálogo.
En segundo lugar, las palabras (o expresiones) de los hablantes han de significar lo mismo. En otro caso, el acuerdo sería imposible. Pues bien, resulta que el ministro Marlaska afirma que no interfirió en la labor del coronel Diego Pérez de los Cobos. Luego aparece un documento de la Directora General de la Guardia Civil -María Gámez-, que dice que le destituyó por no informarle de sus investigaciones, lo que no podía hacer, porque sólo podía informar a la juez que le ordenó la investigación, por exigencia legal. La oposición le recrimina que niegue la existencia de una obvia interferencia.
Para el gobierno socialcomunista exigir al coronel que le informe- lo que era ilegal en este caso- no es interferir, pero cualquier persona mínimamente documentada sabe que esto es una clara interferencia. Además, presuntamente delictiva. O sea, falso diálogo.
En tercer lugar, se exige que los participantes sean sinceros. No vale mentir. Por favor, la izquierda no miente nunca. Esto es cosa de la derecha. ¿Mentir? Pedro Sánchez y su gobierno jamás han mentido. ¿Se lo cree? O sea, falso diálogo.
En cuarto lugar, el que participa no puede invocar un juicio de valor que no esté dispuesto a generalizar. Por ejemplo, si en una discusión, yo digo que Juan (adulto mayor de edad) tiene la obligación moral (X) en la circunstancia (Y), debo aceptar que todos los adultos mayores de edad, similares a Juan, tienen la obligación (X), en la circunstancia (Y). Sean de derechas o de izquierdas.
Con la mano en el corazón. ¿Usted cree que este gobierno socialcomunista trata igual a alguien de izquierdas y a alguien de derechas, estando ambos en las mismas circunstancias y realizando la misma acción? Yo no. O sea, falso diálogo.
Por último, todo lo que digan los participantes tiene que ser justificado. Yo puedo decir, por ejemplo, que las personas con (X) renta deberían pagar el nivel (Y) de impuestos. Pero debo justificarlo. No basta con hacer afirmaciones. Hay que dar razones. Por ejemplo, no basta ponerse rojo de ira y gritar ¡facha! Primero, aclarar que significa ‘facha’. ¿Es facha todo el que critica al gobierno socialcomunista? Si esto fuera así, la democracia no tendría cabida. Se supone que, en los sistemas políticos democráticos, hay una oposición que puede, y en ocasiones debe, criticar al gobierno.
Un ejemplo de ausencia de justificaciones, y hay muchísimos, lo tenemos en la portavoz socialista, Lastra. Ha dicho, en diversas ocasiones, que el PP, en general, y Pablo Casado, en particular, generan división, alimentan bulos, la mentira y el odio. Incluso el comunista Iglesias acusa a VOX de querer dar un golpe de Estado. ¡Sin justificar nada!¡Sin pruebas! O sea, falso diálogo.
Cuando alguien se aleja de estas exigencias del diálogo racional, entra en el falso diálogo, infectado por la manipulación, el insulto, o la coacción. Uno de los habituales errores consiste en creer que cualquier intercambio de palabras es diálogo. Pero no.
Otro peligro, muy perjudicial, no sólo para la dinámica parlamentaria sino para el propio funcionamiento del sistema democrático, es que la población- o buena parte de ella- no sea consciente de que estos comportamientos- como los que he mencionado- no constituyen diálogo, sino manipulación. Falso diálogo. Cuando esto sucede, la
democracia se deteriora. En estas lamentables circunstancias, destaca la voz de los demagogos sin escrúpulos que dicen lo que creen que la gente quiere oír. Ayudados por muchos medios de manipulación.
El peligro es que no sean percibidos como demagogos sin escrúpulos. Esto sucede cuando el pueblo se ha convertido en plebe. Y traga la manipulación progresista, que es mayoría en los medios, de cada vez más desprestigiados. Para los que no tragamos la manipulación, sea del signo que sea.
En estas circunstancias, la libertad y la verdad se vuelven sospechosas. Lo que cuenta es la prédica del demagogo, que será más creído y venerado cuanta más ignorancia haya. Por eso hay que controlar el sistema de enseñanza y los medios de comunicación. Y hay que apelar más a las emociones y los sentimientos que a la racionalidad y a la argumentación. Que serán vistas como sospechosas. Típicas de gente reaccionaria y elitista. Lo bueno es la televisión basura, fiestas pagadas con dinero público, una paguita mensual y botellón a tope. ¡Y que paguen los ricos!
Conclusión. Este gobierno socialcomunista no quiere dialogar, aunque hable de diálogo. Más bien, descalificar y deslegitimar a la oposición. ¿Por qué? Porque los gobiernos autoritarios (lo normal en gobiernos socialcomunistas) no quieren oposición, quieren sumisión.
‘No votamos entre buenos y malos sino entre malos y peores’. (K. Galbraith.)
PD. Me parece claro quiénes son unos y otros, pero…