Dos noticias de esta misma semana ilustran la idea que me ronda desde hace tiempo: Nos dirigimos, cuesta abajo y sin frenos, a un colapso absoluto de los servicios, especialmente de la red viaria, y nadie parece estar tomándose este asunto en serio, pese que afecta a nuestro modo de vida y a la calidad del producto turístico que ofrecemos.
La primera, ha sido el plan del alcalde Hila para tratar de desviar parte del flujo de cruceristas hacia la plaza de España, con la pretensión de repartir mejor este interesante sector de turistas –uno de los mejores, en cuanto a la relación gasto/tiempo- desviándolos hacia áreas comerciales menos saturadas. En pocas palabras, evitar que acaben todos consumiendo su tiempo alrededor de la zona de la Catedral, como hasta ahora ha venido ocurriendo. Se trata de una iniciativa absolutamente insuficiente, pero bienintencionada.
La otra noticia, de ayer mismo, es el luctuoso suceso de la carretera de Sineu, donde dos cicloturistas más fallecieron arrollados por un automóvil.
Y estamos hablando de la antesala de la verdadera temporada turística. Queríamos desestacionalización y, en cambio, lo que estamos consiguiendo es saturación a lo largo de todo el año, que es muy distinto. Circular por carreteras de Mallorca en los meses de primavera es un auténtico deporte de riesgo, cuando no una enorme incomodidad si el trayecto no es por razones de ocio. Ya no es solo la red secundaria, ahora también carreteras principales, muchas veces sin una alternativa razonable, se hallan totalmente salpicadas de grupos de ciclistas.
En Palma el problema no va a ser ese, claro, sino más bien que, además del atiborre de cruceristas, cuando en verano lleguen los clásicos guiris de sol y playa, a los palmesanos más nos valdrá mirar al cielo cada día. Porque, como una inoportuna nube se cruce por delante de Lorenzo y a nuestros visitantes les dé por desplazarse al centro, Ciutat volverá a vivir un episodio más de atasco circulatorio morrocotudo, como los que hemos padecido este año pasado.
El crecimiento económico de nuestro sector turístico es una bendición, pero la falta de previsión de los políticos de turno resulta exasperante. ¿Para cuándo una estrategia interinstitucional global para evitar el colapso?