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Na Magdalena Cantona y otros

martes 07 de abril de 2020, 02:00h

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Siempre que las situaciones se complican decimos que España es el país de la solidaridad, que los problemas sacan lo mejor de los ciudadanos; no es casualidad, en consecuencia, que seamos el primer país del mundo en donación de órganos. La solidaridad forma parte de nuestro ADN.

Es sabido que en estos días de pandemia el sector sanitario mira a los ojos a la enfermedad, literalmente, pues los medios escasean; que las fuerzas de orden, ejército, bomberos, cajeros, reponedores y limpiadores, están haciendo un trabajo heroico que no entiende de horarios ni limitación de esfuerzos; son gente buena.

Después existe un colectivo anónimo de personas que se desviven por ayudar en estas situaciones de necesidad o en cualquier otra menos grave; yo les hablo, porque la conozco, de Magdalena Cantona, de Sineu, está más cerca de ser una ochentañera que una octogenaria y que a pesar de los achaques propios de la edad para nadie ha tenido una negativa a la hora de colaborar en alguna actividad del pueblo, y siempre, a pesar de todo, con una sincera sonrisa en la boca.

El otro día le insinuaron que en la residencia de ancianos carecían de mascarillas para evitar el contagio de los viejos y ella, como buena ochentañera, se puso a los mandos de la Singer y se dedicó con cuerpo y alma a hacerlas. ¿Por qué lo hizo? Por bondad, por solidaridad y por convicción.

Existe gente así, anónima, pero intrínsecamente buena que se desvive por ayudar a los demás; su obra no sale en los periódicos como las donaciones de Amancio Ortega, que no sé cómo alguien dice que no se deben aceptar, pero posiblemente tienen el mismo valor. Son obras que se hacen desde lo más profundo del corazón, sin importar el esfuerzo, el coste, el cansancio o las limitaciones, son personas que lo dan todo por los demás.

Admiro a Magdalena Cantona de Sineu, a la que además quiero como una segunda madre, y admiro a todas esas personas anónimas de las que nadie hablará porque su labor no es conocida al ser su ámbito pequeño; admiro asimismo a otras dos personas, intrínsecamente buenas, al Padre Vicente Sanjenaro y al Dr. Reda, Gaspar, perseguido por hacer el bien.

Sé que esto terminará más pronto que tarde y por eso mi reconocimiento a Magdalena y a todas las Magdalenas y Vicentes y Gaspares que abundan en España, pues a buen seguro que existen y que una vez se levante el estado de alarma, cuando vuelva a sonar el cornetín por otra causa, acudirán al reclutamiento de hacer el bien, simplemente porque no pueden evitarlo, porque simplemente son buenos. Mi admiración y respeto por todos ellos, pues si su grano de arena las cosas irían peor. Que tengan un feliz día de confinamiento.

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