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No semos naide

Por Jaume Santacana
miércoles 01 de abril de 2020, 02:00h

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Con la que está cayendo -y me quedo corto- el hombre y la mujer, humanos ellos ambos dos (como dicen en Madrid), se encuentran inmersos en un proceso radical de devaluación, de desamortización, de degradación sobre los valores primordiales que han regido durante las últimas décadas bajo la dictadura de la tecnocracia y con las consecuencias basadas en los aspectos de la simplicidad (la simpleza, mejor), de la gandulería mental, de la ley del mínimo esfuerzo y del “viva la Virgen” generalizado.

La chulería y la fanfarronería -en un grado superior- se ha adueñado del personal de una gran parte del planeta. En definitiva, el poco respeto hacia la madre Naturaleza ha reinado en el mundo siguiendo los estúpidos parámetros que, en su día, había profetizado Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios, más conocido como Simón Bolívar, el famoso líder revolucionario que conmovió las raíces sudamericanas. El ex presidente que dio nombre al país de sus súbditos, fue el creador de una solemne frase que todavía se mantiene escrita en el atrio de su casa natal en Caracas y que reza así: “si la Naturaleza no se aviene a nuestras condiciones, nuestro pueblo la dominará”. Así, tal cual; y se quedó tan ancho, el muy imbécil. Cuando la ingenuidad supera el listón de lo cretino se convierte, a gran velocidad, en pura majadería.

Y, ahí le duele: dominar la Naturaleza. Ahí es nada; y pasa lo que pasa: que el Cosmos, cabreadísimo por tanta ligereza humana, de vez en cuando (y ahora es, precisamente, el “cuando”) en lugar de tirar la toalla y retirarse a su descanso, se agita en su poderosa conciencia, pega un golpe sobre la mesa del Globo Terráqueo y, en casi un plis-plas, se presenta en vivo y en directo y manda, primero, un aviso e inmediatamente se lanza a enviar a los ilusos humanos una determinada plaga que los coloque en su sitio, de donde nunca debieron intentar salirse de madre; o de Madre (de la Naturaleza siempre en mayúsculas).

Y, ahora mismo, en esas estamos: la tan citada Naturaleza va y nos despacha -nada cariñosamente- un puto virus que, de momento, está arrasando el planeta; ¡para que nos enteremos de lo que vale un peine! Tanto creerse la tontería esa de que somos los reyes del mambo y que tenemos capacidad para hacer y deshacer todo aquello que el Cosmos nos ha regalado y resulta que -como no quiere la cosa- ahora el acojonamiento general nos despierta los sentidos y nos obliga a reconocer públicamente que somos muy poquita cosa, que nuestra chulería nos pierde y que mirando el cielo nocturno no resistimos ni un mísero análisis de sencillez y humildad a partes iguales.

Grandes coches, viajes, mansiones, lujos, poderes y patrañas capitalistas y, finalmente, un “simple” virus nos arrasa todo lo que se le pone por delante, incluso la vida. La cosa va en serio. Y eso sólo es un preámbulo, un primer aviso. En cuanto termine este proceso de masacre y calamidades (no exagero; me quedo corto), la Madre Naturaleza pondrá en marcha el segundo plan de acción para reducir a los humanos a su condición natural: a través del desarrollado proyecto denominado “cambio climático”, los ríos desbordados, el mar fuera de sí, la geología irritada y la capa de ozono rebotada va a ser un nuevo espectáculo casi galáctico.

Sin excederme en la psicotragedia, podría pasar que los que quedemos (o queden) del exterminio vírico seamos (o sean) tragados por un gigantesco terremoto que nos mande a freír espárragos definitivamente. Sí, soy algo catastrofista, lo reconozco, pero es que con la Naturaleza no se juega, tontos.

Que Dios nos coja confinados.

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