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Sant Jordi

martes 03 de mayo de 2016, 04:00h

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El sábado 23 de abril se celebró, un año más, la festividad de Sant Jordi y de nuevo se llenaron las calles de Barcelona y las demás ciudades de Cataluña de puestos de libros y rosas y de cientos de miles de personas festejando la conmemoración del amor, la belleza y la cultura que representa.


La fiesta de Sant Jordi fue en origen día de los enamorados, de ahí la tradición de que los hombres regalaran una rosa a la amada. Cuando se empezó a extender la costumbre de que ellas regalasen a su vez un libro a su enamorado, se produjo la conjunción actual: el libro y la rosa. Ahora ya no hay distinciones de género y todo el mundo tiene derecho a su rosa y a su libro.


La práctica totalidad de los escritores, agentes literarios, editores y libreros extranjeros y viajeros y turistas en general se manifiestan asombrados, admirados, conmovidos por la dimensión del evento y, sobre todo, por el civismo festivo imperante.


En estos tiempos de avance imparable de lo digital resulta reconfortante constatar que tantas personas siguen apostando por el libro impreso, por ese objeto maravilloso que algunos agoreros de supuestas modernidades han pronosticado que está condenado a convertirse en pieza museo, en recuerdo polvoriento de épocas pretéritas. Las ventas, solo en Cataluña, de más de un millón y medio de ejemplares en un día parecen indicar que la letra en papel y encuadernada sigue gozando, al menos de momento, de buena salud.


La otra característica que destacan los foráneos es el comportamiento cívico, respetuoso, festivo y alegre de los que participan de la fiesta. Hoy en día, por desgracia, la mayoría de festejos en los que se reúnen miles de personas suelen ir acompañados de un consumo inmoderado de alcohol, incluso de otras sustancias estupefacientes y, con demasiada frecuencia, se producen episodios de disturbios o violencia. Nada de eso aparece en la fiesta de Sant Jordi.


Cuando llegué a Mallorca, hace ya casi cuarenta años, apenas se celebraba Sant Jordi. Ahora, afortunadamente, la situación ha cambiado. Cada año hay más puestos de libros y más gente que pasea y compra, libros y flores. Es muy estimulante ver como la fiesta va adquiriendo también aquí una dimensión muy importante.


Este año me pareció ver más gente que nunca paseando por las calles, visitando los puestos de los libreros, hojeando y comprando libros y, sobre todo, me pareció especialmente reconfortante constatar que había muchos grupos de jóvenes y niños que participaban de la ceremonia de exaltación libresca.


Dice la leyenda que Sant Jordi mató al dragón y salvó a la princesa que iba a ser devorada por la bestia. Con la celebración de la fiesta que es una exaltación de la cultura, del civismo, del amor y de la belleza nosotros matamos, aunque solo sea por un día y la bestia luego resucite, al dragón de la decadencia cívica, intelectual y moral de nuestra sociedad.

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