Hace tiempo que defiendo la teoría de que la prensa ha descendido peldaños en la clasificación del poder y ha pasado de la cuarta posición, que se adjudicaba tiempo atrás, a otra mucho más retrasada aunque no me atrevería a fijarla. Creo, por el contrario, que su influencia guarda una relación proporcional directa con la cobardía de quienes, como los políticos, dependen de ella en gran medida: personas inseguras, poco preparadas cultural e intelectualmente e incluso inmaduras cuando no incapacitadas para las funciones que les han sido encomendadas.
Más allá de la invasión de los medios digitales en los “mass media” tradicionales, tanto prensa, como radio y televisión, los propios editores, en general, han caído en la trampa de su financiación, viéndose obligados a pasar por los tubos que les indican quienes, en definitiva, sostienen mediante publicidad institucional o subvenciones, la liquidez de sus tesorerías que, aún así, permanecen considerablemente tocadas cuando no hundidas.
Al margen del futuro impredecible de esta relación irrompible por indispensable, se impone el favor mutuo. Ocurre lo mismo con las manifestaciones minoritarias que pasarían desapercibidas de no ser por la cobertura, en este caso casi siempre gratuita, de periódicos y cámaras. Si se preguntan a dónde quiero llegar con el presente planteamiento, sólo a la enésima demostración de clientelismo facilitada por el deporte y sus protagonistas.
Como era de temer y esperar, ha faltado tiempo a los representantes institucionales para salir en la foto de los deportistas mallorquines que regresan de Río de Janeiro con medallas o sin ellas. A falta de alguna recepción, que también la habrá, no ha faltado la pertinente instantánea con el director general o conseller de turno al lado del ídolo en cuestión. Formará parte de la memoria de cada departamento aunque en ella no pueda figurar de qué manera se apoyó o ayudó al interesado o interesada. Más claro, aunque no más alto: fotos las que quieras e incluso las que no, pero ni un euro porque no lo hay.