Saber perder
viernes 01 de julio de 2016, 02:00h
Las encuestas de TNS Demoscopia (21,6%), Metroscopia (22,6%) o GESOP (21%) aseguraban, dos semanas antes de los comicios del 20D, que Ciudadanos obtendría alrededor de 80 escaños y sería la segunda fuerza política de este país. Las urnas le concedieron solo 40 representantes y una proporción menor al 14%, pero Albert Rivera aceptó los resultados. Incluso el pasado domingo, perdiendo 8 sillas en el Congreso y 400.000 votos, el líder naranja se quejó de la Ley Electoral, pero no se atrevió a cuestionar la legitimidad del resultado.
Esta semana, unas 165.000 personas en el portal avaaz.org y 20.000 más en change.org han suscrito un manifiesto instando a efectuar una auditoría de las elecciones celebradas el 26J. Entre los argumentos expuestos, el más objetivo es que el recuento provisional “no se corresponde en absoluto con ninguna de todas las encuestas, porque nunca en la historia de la democracia se habían dado semejantes diferencias”. Difama, que algo queda.
La adjudicación del escrutinio a la investigada Indra, que habría sido la autora material del fraude; la filtración de conversaciones comprometidas para el ministro del Interior, que es el mismo que en la cita de diciembre; o las diferencias entre los censos de las dos últimas convocatorias, cuando todavía no se han contabilizado los votos del CERA, también promueven la nueva teoría conspirativa.
Levantar suspicacias contra la legitimidad de las urnas no es un ardid reciente, ya que el rumor de un golpe de estado y la intención del gobierno saliente de suspender la jornada electoral acompañaron a otras muchas infamias en la convocatoria del 14M de 2004, tras los trágicos atentados de Madrid. No pasaría de ser una anécdota más del agnosticismo y la intoxicación, como los que niegan la llegada del hombre a la luna o la autoría de los misiles que colapsaron el Pentágono en 2001, si no fuera por el desprecio masivo con el que ciertos sectores han recibido la inesperada decisión popular.
Mientras Podemos reproduce la confrontación interna, acallada mientras duró su nuevo intento de asalto al poder, sus voceros buscan oscuras razones que justifiquen la debacle. Entre los círculos la indignación se expresa en las redes sociales con insultos hacia los que no comparten su fanatismo o a quienes han decidido respaldar libremente otra opción política. Frotarse los ojos porque ni los comunistas apoyaron en Almería a José Julio Rodríguez, como paracaidista estrellado y sin galones en el uniforme morado, es un síntoma del exceso de autoestima. Pero pensar que España da asco y que lo mejor es emigrar, porque 19 millones de contribuyentes no sonrieron al imaginar a Pablo Iglesias de Presidente, es un signo de que nuestra democracia está enferma.
Nunca antes un partido político en la oposición había dilapidado el 20% de sus votos en seis meses, pero Unidos-Podemos siquiera ha hecho acto de contrición, ni se le espera. Ciudadanos ya no es ni el referente conservador en Cataluña y sigue fijándose en el dedo, mientras señala fijamente a Mariano Rajoy. En 2000, con los mismos votos que logró el PP este domingo y 125 escaños, Joaquín Almunia dimitió por su fracaso; pero con 40 aforados menos y el peor resultado en la historia del PSOE, Pedro Sánchez sigue sin mirarse al espejo en lugar de hacerlo a diestro y siniestro. Causa perplejidad que el único cabeza de lista que en estas elecciones ha mejorado sus resultados es al único al que le piden que se marche.
Al aproximarse el paréntesis estival, que me alejará de su compañía por un tiempo, confío encontrarme a la vuelta con un Ejecutivo fuertemente respaldado y firmemente controlado por la oposición. No duden cuando digo que me preocupa mucho prolongar un gobierno en funciones o que no se despeje pronto el nubarrón de nuevos comicios en diciembre, pero les aseguro que me inquieta más tener la sensación de que ha decaído sin remedio el respeto mutuo con el que construimos la transición y el régimen de libertades que consagra nuestra Constitución. Es un pésimo antecedente observar que algunos prefieren levantar sospechas infundadas y pronunciar maledicencias antes de reconocer la verdad, por amarga que ésta sea y aunque afecte a sus intereses.
Democracia es asumir lo que la mayoría decide y respetar el resultado aunque no nos guste, por lo que no podremos regenerarla si no somos capaces de aceptarla como es, con todos sus defectos y virtudes.
Feliz verano.