No matar al mensajero es una frase metafórica que se refiere al acto de culpar a una persona que trae malas noticias en vez del autor de las mismas. De allí surge tal frase, pero se trata de una expresión que ha mutado con el correr de los años. En la antigüedad era más breve: “Matar al mensajero”, y se correspondía con la realidad, pues a los que portaban malas noticias para las autoridades, directamente, les quitaban la vida, y sin juicio. Ya en la Edad Media, la costumbre se moderó, por llamarlo de alguna forma, pues sólo se les torturaba. Motivo por el cual nadie tenía vocación de cartero, de donde se deduce que se enviaban las malas noticias con esclavos, malhechores, personas detestadas o sentenciadas, siempre corriendo el riesgo que el emisario se extraviara en el camino, fundadamente espantado de finalizar su temeraria labor, aunque les pagaran por realizar su labor.
En la actualidad se considera, que aquel que da a conocer las novedades no es, necesaria, generalmente el culpable de su contenido, aunque sigue habiendo esclavos, personas detestadas o sentenciadas, emisarios comprados (por llamarlos de alguna manera) que forman parte importante de la noticia.
A consecuencia del cambio de rumbo, golpe de mano mediante, acaecido en el PSOE las pasadas fechas se ha destapado y ampliado el número, ya de por si elevado, de los llamados analistas políticos (actuales mensajeros) que intelectualmente hablando, se entiende en general a cualquier paniaguado, secuaz, sicario, esbirro dedicado sistemáticamente a subrayar, engrandecer y magnificar y hasta inventarse los errores y faltas del adversario y a ocultar, embellecer y hasta negar las de los que le pagan por inventárselos sean estos amigos, compañeros, camaradas o simples clientes, son propagandistas de parte; son propagandistas de cualquier fe, de cualquier ideología con tal de que esa propaganda les proporcione pingües beneficios.
La función de los analistas políticos en prensa, radio y televisión cobrando es ensalzar la línea de actuación del que le paga y hasta recomendarle la que consideran mejor para sus intereses de partido y vituperar la del adversario, incluso aunque a primera vista, parezca mejor para el interés general. Al respecto es clave que el analista o comentarista político tenga extirpado el sentido crítico y el de independencia. ¿Qué tipo de crítica hacen?, toda al adversario y ninguna para el que le paga, o espera que le pague, y como en toda actividad humana siempre hay alguien que yerra, siempre hay alguien, también, que acierta, lo que les permite a los esbirros saltarse toda barrera moral argumentativa y hacer trampas, desde tergiversar los hechos hasta inventárselos.
Es la tónica entre los esbirros de derechas y de izquierdas, que los hay, y todos confían en la corrección de su actuar al viejo postulado jesuita de que el fin justifica los medios, lo que creen les da, como a los jesuitas, esa convicción en su superioridad moral e intelectual.
El ejemplo más clarificador acaecido los últimos tiempos en España ha sido el del diario El País que ha pasado de ser mitificado como el gran periódico de la transición y autoerigido como perro guardián de la democracia, de ser un periódico donde se rendía culto a la libertad y estaban prohibidos términos como la censura o el miedo, de ser un referente de lectura casi obligada para la gente de centro izquierda, e incluso del centroderecha, a través de las dificultades económicas provocadas por la mala gestión del patrimonio de la empresa y los históricos casos de censura han debilitado del todo la imagen del periódico de Prisa, le han restado credibilidad y ha pasado a ser un panfleto referente de la falta de independencia, de la parcialidad y de la más indigna bajeza moral, y en el que la dirección y la propiedad, en contra de la mayoría de sus redactores se han declarado como los más preclaros analistas políticos abanderados del entreguismo a ultranza del PSOE en manos de la derechona reaccionaria, compuesta por el PP, las empresas del IBEX y la mayoría de medios de comunicación españoles en papel, radio y televisión.
Las personas que se dedican gratia et amore a la práctica del analísmo (que fea me ha salido la dichosa palabreja, por cierto, me hace el efecto que acabo de inventarme) político, tiene más difícil tener una gran audiencia y la razón parece estar en que el público desea escuchar y seguir a quienes defienden una política similar, y que además sean capaces de reforzarles sus convicciones y creencias. Por lo que, a diferencia de lo que la lógica puede recomendar, la experiencia demuestra que para convertirse en analista político exitoso se debe adoptar una posición ideológica concreta, normalmente incluso orientada hacia extremos de izquierda o de derecha.
Los políticos quieren contar con periodistas, analistas, contertulios, y demás que apoyen directa o indirectamente sus posiciones, y están dispuestos a emplear el dinero de los contribuyentes en pagar a estos sectarios, sea directamente al medio de comunicación por el que trabajan o al menda en cuestión, y la experiencia nos demuestra que para convertirse en este tipo de analista político de renombre basta con tener cierta afición por los asuntos públicos, combinada con una habilidad demostrable para discutir y argumentar posiciones de manera sólida, según de donde venga el sol que más caliente.
Esto nos lleva a la obligada conclusión de que, también en este sector, por el dinero baila el perro.
Es bueno recordar que Roma no paga traidores, los usa, pero siempre los desprecia.