Quién más quién menos ha dejado atrás un período de descanso, más o menos intenso. Un retorno a lo cotidiano, más o menos novedoso. En tornar a este rincón que en ocasiones se rebela por el blanco del papel, y en otras, te incita al esfuerzo para lograr rellenar esos limpios espacios. Un constante retornar que, ingenuamente, se reboza con la esperanza de que algo, un milagro, se haya producido, convirtiendo el triste pasado, en un ilusionado presente. Pero, no, abres el portátil, abres el correo, olvidados con gran esfuerzo, y todo sigue igual. Nada ha cambiado. Ellos, los políticos, también han gozado de unas vacaciones, no sé si merecidas o no, pero sin duda aprovechadas para mantenerse en la desidia interesada. Para nuestros actuales ejecutivos en funciones, nada debe cambiar para que todo siga igual.
Es la continuidad iniciada hace ocho meses de carencia de gobierno efectivo, confirmado por la norma suprema. Un gobierno gestionado desde el contoneo de un hombre y su esposa que dan toda la impresión de creerse dueño del país y del futuro de sus habitantes. Pero, no por sus méritos, sino por ser quienes son. Todo es pose y postureo, todo es foto, todo es petulancia, y, desde hace ocho meses, insisto, España está sin gobierno, sin dirección, sin ejecutivo, sin rumbo, ni interno ni externo. Todo se mantiene en «funciones», incluso el propio Congreso de los Diputados, parcialmente exultante por la aparición de una nueva estrella rubia y solemnemente envarada en la forma y exultante en el fondo. Sea para bien ese remolino de novedad. Una novedad que en nada trastoca el síntoma de otra crisis ocultada, ni la subida del paro, ni la disminución del consumo, ni la caída de las exportaciones, ni el desprestigio internacional, ni la presión fiscal extrema, ni el ataque a la escuela concertada, ni la invasión descontrolada de la migración, ni el desmembramiento de un país que inventó el Estado moderno. A Sánchez y al socialismo todo eso le importe un comino. Él y ella, a lo suyo; hacer uso del colchón de la Moncloa, cueste lo que cueste y caiga quien caiga.
Pero, más allá todo sigue igual. Cataluña, con una Barcelona que te empuja a huir de ella nada más recorrer la ronda litoral y arrebujarte en la zona de embarque del puerto, continua repleta de balcones con esteladas, con pancartas pro-delincuentes a la espera de sentencia, con una sensación desprendida de calles y plazas que no te recuerda en modo alguno a la Barcelona de hace años, perfumada por todos los puestos de la Rambla de las flores. Una flores que no alegran terrazas o balcones, sustituidas por lazos amarillos, mientras algunos catalanes protestan airados dado que los mossos d,esquadra, servidores de Felipe V cuando su creación, ahora son quienes, con otro Felipe, en el trono español, proceden a retirarlos. Un cuerpo de botiflers, gritan, que no se entiende con la guardia urbana de Colau y que impregna toda la ciudad de una sensación de completa anarquía e inseguridad. Eso sí, el castellano domina la calle, el catalán parece ser que solamente se usa en la plaza de san Jaime y alrededores.
Igualmente sucede en nuestra ciudad. Cientos de miles de euros, antes de pesetas, se han vertido para lograr que el catalán reine en las calles y casas de nuestras islas, y, con escasas excepciones, más producto de la tradición que de la imposición, el castellano sigue ahí, ni dominador ni dominado, simplemente vivo. La libertad no se vende, ni se compra, por ello, el ciudadano habla en la lengua que desea, a no ser que recibe el marchamo de sicario lingüístico. El premio que acompaña al marbete no es sino la paga correspondiente salida de las arcas públicas, por los servicios que se dicen prestados. Aunque, vistos los resultados de esa incesante ansia normalizadora de la izquierda nacionalista, es dinero regalado para lograr el fracaso.
Un fracaso, otro, que se repite en las playas próximas a Palma. Quedó atrás un proyecto sanitario para resolver el problema de los vertidos fecales; los dineros se destinaron, la pasada legislatura, a otros menesteres más provechosos para los afines y paniaguados progresistas; transcurrieron los años, y todo sigue igual. Las playas cerradas, los vertidos fétidos en continuidad, y los ciudadanos imposibilitados de hacer uso de unas playas. Sin embargo, la culpa es de la derecha; por descontado. Lo gracioso es que la regidora que fue del ramo lo expresa en castellano.
Todo sigue igual. Incluso Rufián, el gran independentista, sigue cobrando del erario español, sin problema de conciencia. Faltaría más. Aunque, a él, a Rufián o a la Montero no les molestará en absoluto que las diputadas españolas tengan prohibido mirar o tocar o dar la mano a unos visitantes iraníes. Será que, si llegasen a hacerlo, les contagiarían el universo de libertades en que viven tales diputadas.