Al margen de las disputas barriobajeras de Villar y Tebas o las indecentes carreras por ocupar el sillón presidencial de la Federación Española, el fútbol de este país precisa una renovación tan urgente o más que la propia ley de sociedades anónimas deportivas que se ha quedado tan obsoleta como aquellos que la mantienen en vigor.
Vayamos tomando nota. El sistema de designación arbitral tiene que ser por sorteo puro en las categorías profesionales y mientras no se reforme la Segunda B por proximidad geográfica en los cuatro grupos a fin de evitar mayores costea a los clubs. Es una aberración que para dirigir un partido entre mallorquines y catalanes o valencianos nombren a un colegiado canario.
Sigamos. Sin entrar a valorar la reducción del número de participantes en la liga de primera división, apremia la necesidad de devolver la Segunda A a su verdadera e histórica dimensión: 20 equipos. Y ya metidos y por cuestiones económicas evidentes, sería mucho más lógico limitar la actual categoría de bronce a dos grupos de otros tantos competidores, norte-sur o este-oeste, en lo que sería una tercera división de facto.
¿Por qué no se hace?. Muy sencillo, porque la LFP perdería dos clubs profesionales y la RFEF dejaría de ingresar las tasas de cuarenta equipos o incrementar el número de adscritos de las distintas regionales para no perder el chollo de considerar “nacionales” las 4 competiciones de Segunda B y las 18 de Tercera.
Está claro que queda mucho por cambiar. Un calendario de menos jornadas, regular de distinta manera el llamado mercado de invierno, transparencia en las puntuaciones arbitrales, reglamento del Comité de Entrenadores, clara separación entre el deporte profesional y el aficionado, normativas anti amaño, ley específica para las apuestas deportivas. En fin, todo aquello que acabara devolviendo al balompié su pureza deportiva en contraposición a su dislate comercial y manipulado.