La última legislatura ha sido singular. Le costó arrancar. Los resultados chocaron con una aritmética que dificultaba las mayorías naturales y estables sobre la que basar el futuro gobierno. La influencia mediática, social y política del independentismo catalán la ha acompañado de forma prevalente y permanente. Una problemática que divide a la sociedad catalana en dos y no deja a nadie indiferente.
Por si fuera poco, por primera vez en nuestra democracia, una moción de censura provocó un cambio de gobierno. La legislatura finalizó como empezó, prematuramente, con un adelanto electoral.
Curiosamente, a pesar de la inestabilidad, se ha desarrollado en un entorno de crecimiento económico y con los presupuestos generales del Estado del gobierno caído, prorrogados. El nuevo ejecutivo no fue capaz de encontrar los apoyos para llevar adelante los suyos.
Nos encontramos a 24 horas de unas elecciones mucho más abiertas que las anteriores donde las proyecciones de futuro acaban en un horizonte en el que la realidad puede ir mucho más allá de cualquiera de las previsiones. Los resultados finales son imprevisibles.
En este escenario, el número de ciudadanos que está desojando la margarita hasta el último momento es muy elevado. La tan discutida jornada de reflexión es más necesaria que nunca. Media población está analizando como actuar de manera razonable de acuerdo con sus principios e intereses. La consulta electoral es la verdadera fiesta de la democracia.