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Redefinición ideológica y programática

Por Gregorio Delgado del Río
sábado 19 de octubre de 2024, 05:00h

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Hace quince días realicé (Por fin, algo se mueve en el PP, MD) una primera aproximación a lo que, desde fuera de este partido, entendía como imprescindible de cara al futuro más inmediato. El ‘sanchismo’ ha podido entrar en un galopante declive y, por tanto, su final, por fin, aparece, aunque nada es seguro, un poco más cercano. Sea como fuere y aguante el Gobierno lo que aguante a base de colgarse del travesaño de la Moncloa, tengan claro que el daño reputacional ya está hecho” (César Calderón). Las alarmas ya se han escuchado y han avisado. Su fin aparece más a la vista. Sería muy lamentable que, al PP, le pillase de improviso. Sería imperdonable e irresponsable, aunque no deba excluirse de antemano.

Media España, sin duda, está empachada de ‘sanchismo’. Y, no sin razón. Sánchez ha llegado a “afirmarse como protagonista único de la vida política española” (Elorza). El número 1. El único que impone su exclusiva voluntad soberana en todo, aunque, eso sí, absolutamente arbitraria. Vox sigue cayendo en la trampa de siempre, esto es, servir a la estrategia ‘sanchista’: enfrentar y dividir a los españoles. Le da igual la situación que se contemple. En el relato ‘sanchista’ siempre hace acto de presencia una relación dialéctica de polarización: los buenos y los malos, los pobres y los ricos, los propietarios y los arrendatarios, los conservadores y los progresistas, los monárquicos y los republicanos, los que son la ‘fachosfera’ y los que levantan muros frente a ella en defensa de la convivencia civil. Semejante despropósito origina un ambiente social y político irrespirable y opuesto al espíritu democrático (tolerancia y moderación) y a la convivencia misma.

Se puede entender que Feijóo expresase su voluntad de echar a Sánchez. Para eso dejó Galicia y vino a Madrid. Pero, para conseguir tal propósito, no es suficiente, como se ha demostrado, con ganar las elecciones en número de votos ni con repetir el mantra consabido de ‘echar a Sánchez’. Hay que ganar electoralmente la capacidad efectiva de formar gobierno y mantener después su estabilidad. Y esto, hoy por hoy, no está en manos del PP, ni ahora ni, presumiblemente, en el futuro.

Desde la perspectiva en que personalmente me sitúo, creo que ha llegado el momento de hablar alto y claro respecto de la estrategia del PP. Después del incontestable triunfo en las pasadas elecciones autonómicas y locales, el PP no ha sabido oponer al ‘sanchismo’ la resistencia debida. Pero, sobre todo, y esto es muy lamentable y frustrante, “el PP no se ha ocupado de crear un argumentario para que su programa sea algo más que la promesa de echar a Sánchez” (Landaluce). ¡Completamente cierto! Con el inmenso poder autonómico y local de que dispone, con los grandes políticos que pilotan ese poder, dan la impresión, a veces, de no saber qué hacer con él, de carecer de ilusión y coraje para ir “más allá del ‘antisanchismo’” (Ibidem), o de potenciar al máximo, como se ha hecho respecto del cupo catalán (‘victoria moral’), políticas consensuadas que apoyen un relato diferente al ‘sanchista’. Aspecto, en mi opinión, de dimensión trascendental.

En esta línea estratégica, el PP anda huérfano de un auténtico rearme o redefinición ideológica y programática desde el que responder a las exigencias de la sociedad actual. Esto es, ofrecer a la sociedad española una alternativa al ‘sanchismo’ con políticas atractivas e ilusionantes. Se lo decía el otro día Iñaki Ellakuria con estas palabras: Alberto Núñez Feijóo haría bien en dejar que trabajen los jueces y centrar sus esfuerzos en articular una alternativa política, económica, cultural y social al sanchismo. Tener un proyecto propio para España, que hoy no se lo conocemos todavía, es la manera más segura para el PP de volver al Gobierno”. Sin duda alguna.

Dicho de otro modo, al PP le es necesario hacer saltar por los aires la falsa versión, muy extendida en el común de la gente, según la cual ambos, PSOE y PP, vienen a ser y hacer lo mismo. Incluso ambos son corruptos. Cualquiera haya sido la realidad en el pasado, hoy día es esencial para el PP destruir tal percepción de la gente del común. El PP ha de aparecer ante el electorado como una opción muy diferente al PSOE en ideología y proyecto y, sobre todo, en el modo intachable de actuar y gobernar. Ha de testimoniar un modo de entender la vida, de gestionar el gobierno, de escuchar a la gente, de servir al ciudadano (en definitiva, una actitud ética) que no se parezca en nada a los usos del ‘sanchismo’. Lo cual reclama, entre otras cosas, más contacto con la gente y más escucha, más control interno del comportamiento de sus líderes a todos los niveles. Lograr que esta percepción cale en la gente es imprescindible para conseguir un día ser gobierno.

Es más, creo oportuno insistir en ello. Tampoco, la percepción referida se borra del horizonte social y político si, en el fondo, se limitan a seguir la senda que dibuja el ‘sanchismo’ o, a lo sumo, contestándola con simples obviedades. Mucho menos servirá al propósito deseado la idea, muy querida para VOX, de interponer querellas ante los Tribunales pues las carga el diablo y pueden volverse contra quien las interpone.

El esfuerzo prioritario y las más poderosas energías y acciones – ya deberían haber laborado al respecto desde hace mucho tiempo- han de centrarse en construir y articular un proyecto propio para España, que sirva para dar pie a un relato también propio, que funcione como verdadera alternativa, atractiva y estimulante, al ‘sanchismo’. Es de lo que, como les ha recordado Ellakuria, el PP, que se sepa y que haya exhibido hasta ahora, no dispone. Si se sigue sin superar tal carencia, mucho me temo que verán frustrados sus deseos de llegar al gobierno nacional. En este momento, si cae Sánchez, no será por el impulso del partido popular. Quizás haya que mirar a Cataluña. No sería la primera vez que esto sucede.

Con las reflexiones, estrictamente personales, que he intentado hilvanar, sugiero que el PP confeccione un programa que se fundamente en “una cierta idea de España”, que supere el relato ‘sanchista’ para el que ésta, en los términos en que la condensó Mariano Rajoy, “no está aún construida”, pide “un nuevo comienzo”, abierta “a un nuevo gran proyecto de convivencia, a una realidad nueva, más integradora, a una unión que no se impone y a la que se convoca todos los días”. Una cierta idea de España más próxima y cercana a ciertos valores como la libertad, la igualdad, el mérito del esfuerzo común, la paz en la convivencia, la solidaridad y protección de los débiles, entre otros. Por supuesto, deudora del orden imaginado de los Derechos humanos y de un esfuerzo por adaptarse a los signos de los tiempos. Una cierta idea de España que “sepa declarar quiénes somos y quiénes podemos llegar a ser; una idea donde quepan todos y nadie quede excluido, una idea que dibuje un futuro donde todos podamos soñar nuestros sueños” (José Muelas).

Dicha toma de posición, “una vez roto el consenso constitucional, (…) tiene que desembocar de alguna manera en una reforma de la Constitución si queremos que se estabilice” (García Margallo). El régimen del 78, y la Constitución del 78 en el que se sustenta, “si no quiere morir tiene que transformarse” (Ibidem). El PP todavía puede estar a tiempo para prestar este servicio a España y a sí mismo.

Gregorio Delgado del Río

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