La irrupción de los fondos de inversión en el fútbol profesional y la de las apuestas por internet en cualquier otra especialidad, amenazan seriamente el futuro del deporte en general. El mallorquinismo se ha dado de bruces con la realidad que supone dejar el club en manos de inversores ajenos cuyo único interés es hacer algún tipo de negocio. Pero un repaso a los clubs españoles manejados por capital extranjero nos da una ligera idea del fracaso generalizado desencadenante de la parada del motor que mantenía viva la llama del deporte rey: la pasión.
El paso del empresario hindú por el Racing de Santander fue demoledor, como el de los árabes por Málaga, los chinos por el Velencia igual que otros por el Granada y también, salvando las distancias, el Espanyol. Al Alavés le ha costado dios y ayuda deshacerse de la herencia Pitterman y el Mallorca apunta a un calvario hasta olvidar la de Utz Claassen, empeorada por su sucesor Robert Sarver “& friends”.
Quizás el problema sea más profundo y digno de mayor estudio. Cuando una empresa necesita para sobrevivir recursos ajenos a su actividad, firma el comienzo de su decadencia. La prensa de papel, el mejor ejemplo. Empezaron promocionando colecciones literarias caras y han terminado regalando pañuelos, sartenes, relojes y otras baratijas sin dejar de reducir sus tiradas y sus ventas a un ritmo cada vez más acelerado. Y con el fútbol pasa un poco lo mismo. No hace mucho se anunciaba nada menos que un concierto del Koala en el patio de Son Moix como valor añadido al cartel de un partido determinado, por no hablar del constante obsequio de entradas que transformarían una aparente entrada de 10.000 mil espectadores en apenas 3.000 mil. Y no todo es culpa de la televisión. En Segunda B no la habrá, una excusa menos.