No me extraña que en plena rueda de prensa previa al torneo de Brasil, Rafa Nadal se enfadara cuando le preguntaron si cree que recobrará el nivel de tenis que tenía. No porque la interrogante no se debe plantear con la insistencia que a uno le dé la gana, sino porque nos estamos acostumbrando a las comparecencias en las que el convocante no admite preguntas, deja de responder a las que no le interesan o pretende imponer los temas a debatir. Y no, miren, aunque asistamos periódicamente a convocatorias en las que los periodistas terminan aplaudiendo al protagonista o riéndole las gracias, esto ha funcionado siempre de otra manera.
Son los informadores presentes quienes formulan las preguntas que consideran de interés para sus lectores, oyentes o espectadores. Bastante ceden ya cuando, por desgracia, no suelen escucharse réplicas, parte del género que también se halla en vías de extinción. Y aunque el deporte español tiene que agradecer al de Manacor mucho más que viceversa, bastante hace la mayoría al minimizar sus derrotas y magnificar sus victorias, con lo que, al contrario de lo que parece, no le hacen ningún favor.
Por citar la semifinal más reciente, es más noticia que Thiem le gane a Nadal que al revés, como lo sería que el Granada le ganara al Real Madrid en el Santiago Bernabéu, pues el triunfo local es de lógica elemental y la información prioriza el hecho inusual por encima del cotidiano.
Si quien sea pretende soslayar interpelaciones incómodas, que evite acudir a la sala de prensa y si tiene que hacerlo por imperativo de la organización ha de ser consciente de que a los informadores se les cita para que pregunten, independientemente de que puedan resultar incoherentes, pesados o poco originales. Como decía Oscar Wilde no hay preguntas indiscretas, sino respuestas impertinentes. Es parte del precio de la fama, la popularidad y el éxito, aunque Florentino Pérez piense, crea y practique lo contrario.