El pasado domingo, 17 de abril del 2016, por la noche, tuve una alegría cuando supe que el tenista de Manacor había ganado el Master de Montecarlo; mi sentimiento fue sentido y auténtico.
Nadal ha pasado una época difícil: durante un largo período de tiempo las cosas no le han salido bien al manacorí o, por lo menos, no le han salido como él hubiera deseado; y nosotros, sus seguidores y admiradores, tampoco. Rafa es todo un personaje del deporte; casi me atrevería a afirmar que es un señor del mundo del deporte. Lo conocí, personalmente, al final de una entrevista que grabamos para un programa de televisión hará cosa de unos siete años y, la verdad, durante el rato que tuve la oportunidad de charlar tranquilamente con él, me pareció un muchacho sumamente discreto, elegante y comedido. Tuve la impresión de que destilaba sinceridad y sencillez por los cuatro costados; justo todo lo contrario del comportamiento personal que se desprende de gran parte del estamento deportivo, sobre todo en lo que se refiere a los deportes masivos. ¡Vaya fauna!
En el apartado estrictamente profesional, Nadal me ha parecido siempre un ejemplo a seguir. Antepone sus valores de esfuerzo y sacrificio a la chulería propia de quien consigue – sin demasiado trabajo ni preparación- una gran cantidad de laureles. Su preparación física ha sido, en todo momento, impecable, consecuencia de derrochar sudores a base de ardor y brío.
De todos modos, el tenis es un deporte que requiere, para su buena ejecución, otras cualidades que nada o poco tienen que ver con la preparación física o el esfuerzo personal. Me estoy refiriendo a la parte mental del deportista. Estuve, durante mi juventud, practicando el tenis; de hecho fue “mi” deporte” a lo largo de unos cuantos años y me di cuenta de la importancia que tienen algunos valores tales como la concentración y una eficaz participación del cerebro, durante cada uno de los partidos. El buen tenis funciona con una buena inteligencia; o, mejor dicho, con la vigilancia constante del intelecto y una labor de razonamiento continuado. La sesera, durante un encuentro de tenis, debe estar en ebullición permanente. Y si a esto le sumamos las lecciones decisivas en el terreno de la táctica y la estrategia, el juego puede llegar a ser brillante o, cuanto menos, muy divertido.
Pues bien: estoy convencido de que Rafael Nadal posee todas estas cualidades que, humildemente, me he atrevido a citar y muchas más que alargarían en demasía este artículo. Celebro, por lo tanto, que la, digamos, “mala racha” que ha sufrido durante los últimos meses desaparezca por completo, pero no por arte de magia sino por la tenacidad, el tesón y la perseverancia que el chico de Manacor ha puesto en su recuperación.
Creo que un señor deportista como Nadal merece seguir disfrutando de sus triunfos y recoger los frutos de su trabajo bien realizado. ¡Adelante, Rafa! Y, por favor, sigue sin escupir sobre la tierra batida, gracias.