Algunos de los motivos por los cuales se puede conocer si un país determinado es civilizado o no son la cantidad de hierbajos que se pueden ver en campos y ciudades y también los cables de todo tipo que cruzan calles y esquinas de las urbes o bien los postes de tendido eléctrico que atraviesan cultivos y bosques. Eso queda claro y es reconocido por todo el mundo que se precie. Ahora bien, existe otro factor que, a mi juicio, se debería añadir a este par de controles: el orden cívico en la formación de colas para las esperas generales de la ciudadanía. Hacer cola, vamos.
En nuestro país (que cada uno, con total libertad, escoja la zona que más le convenga) existe un ligero déficit al respecto. Evidentemente, las colas se respetan, hasta cierto punto; como mínimo, se ponderan algo más que en la China continental. Eso queda más claro que el agua. De todos modos, se valoran menos que en otra áreas de reputación civilizada debidamente compulsada e indiscutible, léase la Gran Bretaña y los países pertenecientes a la Commonwealth, básicamente la anteriores colonias. En el Reino Unido las colas son más que sagradas: son irrefutables, incontestables. No solo las consideran al mismo nivel que una vaca en la India, sino que, además, los ciudadanos señalan a los individuos que se saltan las filas con el dedo de los delitos más perseguidos por la justicia.
He citado la China. En Pequín o Shanghai no existe la tradición de “guardar” cola con el objetivo de alcanzar algo que suele ser material, sea un autobús, unas mandarinas (de fruta, me refiero, claro), un certificado de defunción (alguien en nombre del difunto, evidentemente) o un concierto de Julio Iglesias (que gusta y mucho). El sistema oriental para formar colas se basa en el codo. Cuando un grupo más o menos numeroso de chinos se posicionan con la intención de obtener algo socialmente indiscutible, uno, desde fuera, empieza a apreciar un cierto movimiento de codos al más puro estilo “pingüino”, o sea, aleteando los codos acercándolos o alejándolos del cuerpo. Este meneo individual se va colectivizando y precede al famoso “codazo limpio” que se reparte -muy equitativamente- entre las personas de ojos rasgados, sean masculinas o femeninas o, incluso, infantiles. Ese es el modo; cualquier otro sistema es inmediatamente rechazado por el público competitivo.
En la Gran Bretaña las colas son racionales, silenciosas y cívicas. Los británicos no se resignan a aguantar largos períodos de su vida en ordenadas filas; nada de conformidad: se sienten orgullosos de formar parte de una cola y, además, este comportamiento señorial lo exhiben con una elegancia de manual. Llegan a existir ingleses que se colocan en colas que no les importan, que no les incumben. Sólo cumplen con el deber de “hacer” una cola. Lo que den al final les interesa un rábano.
En nuestro país (ya les he dicho que el que quieran) las colas apuntan maneras pero no llegan al éxtasis; hay mucho por pulir. Dejando aparte a aquellos humanos que son propicios a evitar las esperas a base de “colarse” impunemente (una pandilla de imbeciles irrespetuosos, indignos de haber nacido, socialmente hablando) el resto de individuos hacen lo que pueden para enfilarse y atender su turno. Con todo, hay dos aspectos relacionados con la mecánica primaria de la realización de colas que no están para nada resueltos: el primero se trata de una fila ante varias taquillas. En nuestros lares, se acostumbran a formar tres colas delante, precisamente, de cada una de las taquillas: ¡craso error! Sucede que, en cuanto una de las colas se atasca (siempre hay demandantes pesados, inútiles o problemáticos) los ususarios de dicha cola pierden mucho tiempo respecto a los de las demas filas. No se si me explico. Lo correcto para solventar este tipo de eventualidades sería y debería ser sin condicionamientos, formar una única cola que se iría distribuyendo por las tres o más taquillas según los “colistas” fueran resolviendo sus papeletas. Esto sería lo justo. Así, de este modo, todos los “fileros” gozarían de las mismas oportunidades de espera y correspondiente tiempo utilizado.
El segundo aspecto que me gustaría comentar brevemente es el que se refiere a la cola en los transportes públicos, más concretamente entre los optantes a agarrar un autobús. Actualmente, el orden brilla por su ausencia -como se suele decir tópicamente- y el pollo está servido. Ya estamos en las mismas: una anciana que ha llegado siete minutos antes que los que la siguen puede subir la última al vehículo municipal o, todavía peor, quedarse sin poder acceder a su plataforma. Fácil de resolver: colar individualizadas por cada una de las distintas líneas (si las hubiera) de la parada en cuestión. Así: una fila para los del 27, otra para los del 116 y así sucesivamente. También sería mucho más equilibrado y se respetaría, con seguridad, el orden de llegada y las posibilidades de acceder a un mejor posicionamiento en el interior del autobús.
Como ven, hay cosas en la vida que son susceptibles de funcionar mejor, con el brillante resultado de facilitar las cosas al sufrido ciudadano y darle un poquito más de bienestar. A veces, sólo hace falta ver, observar e intentar copiar; siempre hay otros que la hacen mejor; hay que reconocerlo humildemente.
De nada.