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Que ya está bien, hombre

viernes 17 de marzo de 2017, 05:00h

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La penúltima papanatada de nuestro Parlament, empeñado en sucumbir a las iniciativas más delirantes y menos trascendentes para la ciudadanía, ha sido la de aprobar una proposición no de ley de Més per Menorca para instar al gobierno español y al Ministerio de Defensa a que dejen de organizar juras de bandera de civiles. La propuesta, efectuada en la comisión de asuntos institucionales, salió adelante con la abstención del PSIB y los votos favorables del resto de socios del pacto.

La 'justificación' de semejante majadería no tiene desperdicio. Por lo visto, la adhesión voluntaria a un acto de homenaje a la bandera española, es decir, a la enseña común de todos los españoles -incluyendo a la diputada Patrícia Font, por nacionalista que sea-, constituye un acto militar de 'exaltación y españolismo' y genera 'división social'. Hombre, con lo de que constituye un acto de exaltación (i.e. Gloria que resulta de una acción muy notable, DRAE) voy a estar de acuerdo, pues sin duda la empresa de España que representa la bandera fue una acción muy notable que nos costó a los pueblos de la Península e islas adyacentes varios siglos y mucha sangre, incluyendo la derramada en guerras civiles. Y más notable es aún que España haya sobrevivido a la de tontos de todas clases que han intentado cargársela en los siglos transcurridos desde entonces.

Que la jura es en sí un acto españolista tampoco ofrece duda. Y si la señora Font prefiere asistir a ceremonias en honor de la bandera de otras naciones, lo tiene fácil, pues no hay un solo estado de los integrados en la ONU que no desarrolle actos públicos y solemnes de homenaje a sus símbolos.

Colegir que la jura a la bandera española por parte de civiles -y, supongo, también por parte de militares- constituye un acto de desprecio a los símbolos propios de las Illes Balears, o a su identidad cultural y lingüística, es ya un ejercicio puro de onanismo mental, que como fantasía erótica para mentes obtusas no está mal, pero que no deja de ser una auténtica alucinación ideológica, es decir, una completa falsedad.

Aunque no le guste a la señora Font y a quienes le ríen la gracia, somos legión los ciudadanos de nuestra comunidad que sentimos el mismo respeto y afección por la bandera de España y los valores que representa en su conjunto que por los símbolos que nos son propios y la historia, la lengua y la cultura y los lazos con otros pueblos que éstos encarnan.

Quien realmente genera división es aquel que está obsesionado en separar a sus conciudadanos en buenos y malos, en patriotas baleares y españoles malvados, en lenguas a proteger e idiomas a despreciar; quien anda obcecado en decirle permanentemente a los demás lo que tienen que hacer o dejar de hacer, a quién o qué tienen que amar y reverenciar; los que pasan el día ideando cómo prohibir al resto de los mortales sentir, pensar, creer, escribir o decir aquello que simplemente no les gusta imaginar, oír o leer.

Que esta especie abunde entre los bancos de la izquierda de nuestro Parlament es una aparente paradoja, salvo que se analice fríamente cómo se comportan habitualmente los regímenes en los que impera esta orientación. El intervencionismo más atroz es no solo un concepto económico, es también un precepto moral para esta tropa de frustrados permanentes, cuyos acólitos son tan integristas como un Mulá talibán o un inquisidor medieval, e igual de peligrosos.

Pero, de todo lo relatado hasta ahora, considero que lo más triste no es que desde un ínfimo grupúsculo de la izquierda pretenda llamarse la atención con tamaña e inútil memez, ni que el Parlament pierda el tiempo y malgaste el dinero en discutir bobadas. Lo verdaderamente trágico es que el Partido Socialista, el PSOE, demuestre seguir absolutamente perdido y a merced de las gigantescas olas de sus esquizofrénicas contradicciones, pues un día defiende con ardor una España federal, y al día siguiente, con su abstención, evidencia el desprecio que siente hacia esa misma España que, sin duda, algún día tendrá la oportunidad de volver a gobernar.

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