A veces nos descubrimos embobados observando a nuestros peques haciendo cualquier cosa con total naturalidad y una sensación de tranquilidad y sosiego nos invade, respiramos profundamente y dibujamos una suave pero brillante sonrisa en nuestro rostro. Acabamos de dar sentido a nuestra vida. No se necesitan expresiones grandilocuentes ni actos especialmente significativos. De hecho, no se precisa de nada en especial para disfrutar de esos momentos mágicos que debemos obligarnos a descubrir cada día, porque cada día nos regala algo especial. Por otro lado, resulta igualmente cierto que en la vida ocurren cosas que no dependen directamente de nosotros, muchas de ellas dramáticas, que nos llevan a situaciones límite sobre las que poco se puede decir. Son momentos que todos encontramos en nuestro camino, que cada uno afronta de la mejor manera posible y que nos remueven por dentro, nos descolocan y nos producen un profundo dolor. Ni que decir tiene que, en esos instantes, hablar de magia y risas resulta irónico y hasta hiriente.
No obstante, pienso que si somos capaces de disfrutar al máximo lo bueno, si sabemos focalizar y dirigir nuestra vida hacia lo positivo, sabremos gestionar mucho mejor esos otros momentos dolorosos que también forman parte del camino. Abraham Lincoln señaló muy bien que “nos podemos quejar porque los rosales tienen espinas, o alegrarnos porque los espinos tienen rosas”. Nunca dejemos de regar nuestro jardín, ese maravilloso vergel en el que se encuentra lo más importante de nuestra vida: nuestra salud, nuestra familia, nuestros amigos, nuestro trabajo y todo aquello que nos apasiona. Eso nos hace más fuertes y nos permitirá afrontar mejor cualquier obstáculo, cualquier contrariedad.
Esto, que parece tan sencillo a simple vista, no lo es tanto cuando no somos capaces de ajustar el objetivo y nuestro día a día nos pasa por encima cual apisonadora, sin que apenas tengamos tiempo de mirarnos, entablar una conversación o cruzar una sonrisa amable. Y ahí esta la auténtica lucha diaria que podemos y debemos ganar. Tenemos que poder hacerlo porque se trata de dedicar esfuerzos a proteger aquello que consideramos más importante para nosotros.
Conocemos personas que han pasado y pasan durísimas pruebas y bien sabemos que cada una responde ante semejante reto de muy distintas maneras, todas ellas más que justificables y comprensibles dado lo complicado de la batalla. Cuando uno menos lo espera, sin que medie acto que alerte lo más mínimo, de pronto, la vida gira bruscamente y ya nada es como antes…ya nada parece lo mismo. Y me asombra descubrir reacciones maravillosas de quien, ante esas situaciones, sigue mirando al frente y, sin pestañear, combate sin descanso y se agarra a esas cosas que de verdad son importantes, a las que cuentan, las que motivan y las que dan sentido a todo. Y ante esto, solo puedo mostrar mi más absoluta admiración. Maravilloso comprobar cómo no bajan los brazos cuando lo más fácil es dejarse llevar por la inercia del golpe recibido, siguen pensando en futuro siendo plenamente consciente de lo duro del presente y no dejan de darlo todo por quienes dan significado a su existencia como combustible esencial con el que obtener la fuerza que permite afrontar la batalla.
Luego ya se trata de dejar trabajar a quienes saben y que la ciencia haga su trabajo, sin olvidar el poder que la mente tiene en todo el proceso. Día a día, paso a paso, seguir luchando y seguir creyendo porque, de ese modo, el triunfo está más cerca. Y en ese proceso, continuar disfrutando de cada atardecer, de cada café con los amigos, de cada mágico momento en familia porque, aun en los momentos más complicados, y como bien decía el pintor Henri Matisse, “siempre hay flores para el que desea verlas”. No hay certezas absolutas, ni sabemos cómo puede acabar todo, pero pase lo que pase, ocurra lo que ocurra, que nos pille comprometidos con nuestra vida…que nos pille luchando. ¡Lo lograrás!
