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¿Qué hacemos con los jarrones chinos?

Por Miquel Pascual Aguiló
sábado 27 de mayo de 2017, 04:00h

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El ensayo “El Arte de callar” fue escrito en París en el año 1771 por el abate Joseph Antoine Toussaint Dinouart (1716-1786), un eclesiástico, llamémosle, mundano y polígrafo del siglo XVIII, que escribió sobre temas muy diversos, pero sobre todo temas relativos a las mujeres, y que en 1749 publicó Le triomphe du sexe, lo que le costó la excomunión.

Fue el abate Dinouart quien nos inició en los diversos tipos de silencio, enseñándonos a callar en el debido momento, porque, según escribe “hablar mal, hablar demasiado o no hablar bastante son los defectos ordinarios de la lengua”.

En el pasado proceso de primarias socialistas, los llamados jarrones chinos socialistas, (valga la redundancia) en el más amplio sentido de la frase, olvidaron del todo los consejos del predicador, polemista, y apologista del feminismo francés.

Según el ex presidente Felipe Gonzalez Márquez el papel que a su juicio mantienen los expresidentes del Gobierno una vez que abandonan sus posiciones de poder es que “Somos como grandes jarrones chinos en apartamentos pequeños. No se retiran del mobiliario porque se supone que son valiosos, pero están todo el rato estorbando”.

Pues bien, lo mismo puede decirse de todos aquellos que han detentado algún tipo de poder que no pueden mantener sus garras lejos de la política del partido, pretendiendo condicionar el voto soberano de la militancia con sus comentarios, sus desplantes y sus interferencias.

Un selecto grupo de dinosaurios políticos, Felipe González, Alfonso Guerra, José Bono, Alfredo Rubalcaba, José Luis Rodríguez Zapatero, José Luis Corcuera, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, Joaquin Leguína, Ramón Jáuregui, Matilde Fernández, Rosa Conde, Jose María Maravall, Carmen Alborch, Gustavo Suárez Pertierra, Juan Manuel Eguiagaray, Javier Solana, Abel Caballero, Mercedes Cabrera, Ángeles González Sinde, Miguel Ángel Moratinos, Francisco Caamaño, Juan Fernando López Aguilar, Valeriano Gómez (seguro que me dejo alguno), una ristra de personajes más que amortizados, aunque algunos de ellos aún siguen chupando del erario público, que todos unidos van desde el inepto más antológico del país, a una reliquia caducada del socialismo más falso y engañoso, una sarta de momias del pasado que conspiraron abiertamente para debilitar el poder del nuevo jefe, al que nunca perdonaron que quisiera cambiar las cosas en un partido que no había cambiado ni las sábanas desde Suresnes.

Después de su gran triunfo electoral de 1982 del PSOE, en el que obtuvo 202 diputados, fue abandonando el ideario que le había aupado a ser el primer partido de España, y abrazó la consecución y el disfrute del poder como única meta e ideología real, a la vez que se convertía en una estatua de sal, de tanto mirar para atrás. Se convirtió en un partido pétreo y sin flexibilidad alguna, en un partido de momias incapaz de cambiar porque los que habían mandado querían seguir mandando y porque ninguno de sus dirigentes de peso, más antiguos que Matusalén (Quién según la Biblia vivió 969 años, fue el octavo patriarca antediluviano, hijo de Enoc, padre de Lamec y abuelo de Noé), quería abandonar un modelo de partido que, aunque había sido rechazado por los ciudadanos y se encontraba ya en caída libre desde el año 2011, a ellos les había hecho ricos, poderosos e importantes.

La renovación profunda que los tres candidatos prometían realizar en el PSOE, para detener su hundimiento, estaba abocada al fracaso sino dejaban fuera de juego a los que habían hecho posible la podredumbre porque los hechos demuestran que la regeneración no puede ser protagonizada por los mismos que la han propiciado.

Fue el inmovilismo, más que la corrupción, lo que estaba acabando por el PSOE.

Muchos socialistas han votado a Pedro Sánchez porque han convenido que el partido está tan herido que necesita casi una refundación más que una renovación y que ningún preboste del pasado (ni ningún heredero, ni heredera) debe tener sitio en el futuro, porque creen en la necesidad de una renovación profunda, con todas sus consecuencias, que el partido lleva años agonizando, rechazado por una ciudadanía que no quiere más corruptos y sinvergüenzas al frente del Estado y que ansía una nueva política, más justa y decente.

¿Qué hacemos pues con los jarrones chinos?, les agradecemos los servicios prestados y los mandamos al baúl de los recuerdos para que dejen de incordiar. Porque “El que se mueve no sale en la foto”, aquella frase que pronunció Alfonso Guerra, para dejar claro que la disciplina de partido en el PSOE estaba por encima de todo, y al socaire de la cual medraron todas las momias a las que me he referido, no es más que un lejano y penoso recuerdo.

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