Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios, más conocido como Simón Bolívar, el líder revolucionario que luchó por la independencia de Venezuela, Colombia, Perú y Ecuador y que bautizó con su apellido a Bolivia, pronunció en cierta ocasión -exactamente el 26 de marzo de 1812, justo cuando Caracas fue destruida por un brutal terremoto- una frase lapidaria que permanece escrita, todavía actualmente, en uno de los muros que envuelven el atrio de su casa natal en la capital venezolana: “Si la naturaleza se opone, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca”. Así, tal cual. Permítanme que les indique que la frase citada es una de las sentencias más insensatas que jamás humano alguno haya articulado. Sobre dicho texto emana o bien una dosis exagerada de ingenuidad o, en su lugar, una colosal porción de espesa soberbia. En mi humilde razonamiento, a la Naturaleza no hay Dios que la tumbe. Y punto; esa es la única realidad. Y quien piense que se la puede doblegar -como aquel que dobla o somete una lámina de aluminio- peca de una suerte de imbecilidad digna de premio Nobel.
Escribo este artículo sobre mojado; peor aún: sobre inundado, anegado hasta la extenuación, desolado por una lluvia desenfrenada, salvaje, monstruosa, aberrante y grotesca.
Sant Llorenç des Cardassar; Mallorca, Baleares. Martes, 9 de octubre del 2018, fiesta de San Abrahám Patriarca. En este bello paraje del Llevant mallorquín, se precipita una enorme tromba de agua que deja 257 litros por metro cuadrado en pocas horas; una auténtica barbaridad, una verdadera atrocidad. La madre Naturaleza se desborda y desampara a su población a merced de sus torrentes desmadrados y dejados de la mano de Dios. Una tragedia.
Sirvan estas lineas para mostrar mi más contundente consuelo a todos los habitantes de este desdichado pueblo y, en especial a los familiares de las víctimas arrasadas por este furioso ataque de las fuerzas cósmicas, una arremetida brutal, sin sentido y sin más lógica que la que emana de la propia Naturaleza, fría y cruel por definición.
A las personas que han perdido a sus allegados en esta ofensa bronca e indómita no les puedo reconfortar con palabrerías inútiles ni con verbos reposados; solamente decirles que, en su dura resignación, intenten calmarse con la actitud de una cantidad ingente de personas, vecinos, voluntarios y profesionales del sector que -con toda su buenísima voluntad- han intentado, por todos los medios posibles, disminuir y paliar su dolor y la tremenda aflicción de sus damnificados.
Mi sentimiento, en estos momentos, es de angustia por los hechos acaecidos y -tal como he escrito- no me veo capaz más que de reflejar en mis ojos, en mi mirar, la tristeza y la amargura por tal desastre.
A los familiares de las víctimas mi más sentido pésame; y al resto de los habitantes les deseo ánimos, coraje y arrojo para mirar hacia delante e intentar en lo posible paliar tamaña desgracia.
Desgraciadamente, mis lágrimas no dan para más.