Mientras Pablo Iglesias e Íñigo Errejón siguen zurrándose la badana y desmintiendo a quienes creían que sus desavenencias eran puro teatro, dos diputadas baleares de la formación morada ingresarán en el grupo mixto tras su deportación. Con su expulsión del grupo parlamentario y un inequívoco informe de los letrados de la Cámara, la Mesa ha perdido a una de sus miembros y su vicepresidente dirigirá las sesiones hasta que los acuerdos del Cambio cristalicen en un candidato contra el que no haya reproches.
La destitución de Xelo Huertas marca un punto de inflexión en la crisis institucional vivida desde que se incoara un expediente “preventivo” contra ella a primeros de noviembre y cuyo origen real o motivaciones siguen pendientes de aclararse en sede judicial. Lo que no ha conseguido este quebranto es zanjar una polémica, de la que están saliendo más piezas separadas que un sumario instruido por José Castro.
Dejando de lado la ética en el mantenimiento de un escaño logrado como parte de una lista cerrada, que legalmente pertenece al titular y no al partido que lo presenta -según viene sentenciando desde 1983 el Tribunal Constitucional-, debería asumirse la deficiente redacción del artículo 39C del reglamento y someterlo a una nueva modificación para evitar que se vuelva a forzar su significado en aras del beneficio partidista.
Por otra parte, me atrevo a pedir un rearme moral en el órgano legislativo autonómico, tras el bochornoso espectáculo representado y por la suerte de improperios que se han cruzado los representantes de la soberanía popular durante los dos meses de conflicto. Interrumpir las declaraciones de una portavoz, tachar de secuestro institucional o acusar de instrumentalizar los órganos del poder son actitudes poco edificantes y que distan mucho del espíritu con el que transitamos en este país a la democracia, que este comportamiento pone en cuestión.
La guerra abierta en Podemos no ha alcanzado el armisticio a nivel local, ni siquiera un alto el fuego, porque una parte se administra la munición y la otra gana tiempo hasta que Vistalegre despeje la bruma que nubla el horizonte. Siquiera los partidos que mantienen al actual Govern han resuelto sus diferencias y la mutua confianza parece quebrada de forma irreversible, por lo que los cimientos que sustentan el tercer Pacto de izquierdas parecen más frágiles aún que los dos anteriores.
Basta ver que en cerca de tres meses no han logrado consensuar un nombre para proponer al Pleno, incluso el color que tendrá que dejar atrás si quiere ser leal con el puesto, aunque ahora resultará más difícil renunciar a la fidelidad partidista, con la Espada de Damocles que tendrá sobre su cabeza, mientras no se repare la más que evidente inconstitucionalidad del texto vigente.
Mientras la ruleta sigue dando vueltas, prolongando y ahondando la desafección ciudadana, Vicenç Thomàs asumirá la presidencia, con una provisionalidad a la que se resistirá tanto como su predecesora. Entretanto, los que ocupan la siniestra mitad del hemiciclo seguirán desgranando la mazorca con nombres carentes del suficiente consenso, llegando al extremo de creer que la única candidata contra la que nadie tiene algo es la que no forma parte de los partidos que, se les supone, velan por nuestro destino y que sería la única a la que no se le podría aplicar el punto y seguido con el que se ha cerrado este capítulo. ¡Joder, qué tropa!, concluiría de nuevo el Conde de Romanones.