Sin tiempo para reaccionar, me he visto inmerso en una conversación con una máquina que sondeaba mi grado de satisfacción por los servicios que me presta una Compañía, mientras yo le contestaba inútilmente, sin emplear los dígitos o monosílabos que me reclamaba. Al final de la surrealista escena, me ha preguntado si le autorizaba a repetir la encuesta y, al margen de que no merece otra respuesta quien siquiera te brinda un trato humano, he zanjado el atropello telefónico con una oscilación de cabeza y abandonando el móvil sobre la mesa.
No sé el fin al que someterán los resultados que obtengan, pero el grado de fiabilidad de sus conclusiones será tan cuestionable como el método que han empleado para recabar la información. Eso, sin contar el deterioro en la reputación de una empresa que menosprecia a sus clientes, tras abordarle una voz mecánica que siquiera precisa estar en Canarias o en Tegucigalpa.
Cada día son más los agujeros por donde vulneran nuestra intimidad, provocando inseguridad e incertidumbre en nuestro día a día. La geolocalización permite que nos adviertan con antelación del tiempo que trascurrirá hasta el domicilio que frecuentas antes de ir a casa o permite que un banco conozca tu patrimonio real siguiendo la pista que le dejas a cada paso. Los hackers facilitan que la foto de una tentadora conocida sea más popular que el papel de liar en los suburbios o que tu historial clínico sea revisado por un fan de Gregory House, sin que tú recuerdes el nombre del médico que resolvió tu diarrea. Esto sin contar con lo difícil que se ha puesto emular al seductor de Doña Inés sin que cualquier Zorrilla se entere, antes de que llegues a la esquina.
La vulnerabilidad de nuestra privacidad es tan asequible que, al margen del debate ético, ha permitido al FBI declinar su petición al gigante Apple para que desarrollara una puerta trasera a través de la que acceder a la información contenida en el iPhone de Syed Farook, quien junto a su mujer mató a 14 personas en un tiroteo en San Bernardino, California. La resistencia numantina mantenida por la empresa de Cupertino ha sido finalmente superada por un Caballo de Troya en forma de “exploit” o clonando una imagen del móvil, que les ha permitido acceder a su contenido sin dañarlo y sin necesidad de una llave maestra.
El gran hermano de la vida no se quedará con la persecución publicitaria a las que nos somete el mundo digital, siguiendo el rastro de los cookies como las pulgas al perro de aguas, sino que condicionará nuestra vida y nuestra impresión de libertad, hasta el punto de que acabaremos rezando plegarias al Big Data como el Todopoderoso que siempre tiene las respuestas, aunque nunca le hayamos visto ni sepamos desde dónde nos mira.
Relájese mientras tanto, porque ya no somos capaces de renunciar a las nuevas tecnologías y a emplear el smartphone como la gran ventana a través de la que nos asomamos al mundo exterior. De cualquier modo, no hace falta que ahora borre corriendo el historial de cuanto ha explorado en los últimos días porque, incluso así, estaré de vuelta el viernes que viene, si usted quiere.