Publicidad emotiva

Desde que los publicistas descubrieron que se venden mejor los productos tocando la fibra al personal, sin necesidad de aludir a las características objetivas de los mismos, los anuncios se han convertido en una búsqueda constante de nuestros puntos débiles.

¿Le gusta conducir? le pregunta la campaña de una conocida marca de automóviles, como si a continuación fueran a proponernos algo o, como en el referéndum catalán, hacernos una segunda pregunta. Pero, nada de eso, se supone que si a uno le gusta conducir ya se encargará su subconsciente de dirigirlo al concesionario más próximo de la marca en cuestión.

La publicidad de las ONG´s es el paradigma. Se acerca la Navidad y nos sacan terribles imágenes de niños víctimas de las guerras del tercer mundo, acompañadas de una muy estudiada voz de reproche y reprimenda, para que acabemos sintiéndonos unos miserables si no colaboramos de forma inmediata haciéndonos socios.

Otras marcas, quizás pioneras en este tipo de mensajes, vuelven a casa por Navidad. Hoy es Nochebuena y mañana Dios dirá, aunque en su última versión Dios se ha caído del elenco por aquello de ser políticamente correctos o, lo que es lo mismo, acomplejados.

Pero el más exitoso de los anuncios emotivos es el de una marca de chorizos -no de ladrones ni de tesoreros de partidos políticos, sino de fabricantes de embutidos- que, con una realización espléndida, acaba horadando nuestro corazoncito patrio. Sí, somos una puñetera calamidad como país, pero, ¿y lo que nos queremos?

Nada dice el anuncio del sabor, ni de los antioxidantes, colorantes ni otra clase de aditivos que se añaden a los productos de alimentación industriales. Ni de lo que comen los gorrinos o lo felices que son paseando por la dehesa -suponiendo que no sean cerdos estabulados procedentes del Europa del Este- El caso es que usted ha de comprar los productos de la marca choricera porque a su jefe de márketing y a los creativos de la agencia se les ha ocurrido que si se le estimula adecuadamente la hormona patria, usted sería capaz de vestirse de torero y hacer el paseíllo pese a ser militante fundador de ERC.

El anuncio se las trae. Comienza con el consabido lamento tan hispánico de "me voy a nacionalizar austrohúngaro, este es un país de mierda...". Francamente, pensé que era un inicio prometedor, porque yo pienso eso mismo al menos unas diez veces diarias.

Sin embargo, luego de tocar nuestro intelecto, los publicitarios rápidamente bajan a las vísceras y a los instintos primarios. Porque, naturalmente, este es el único país del mundo donde nos odiamos los unos a los otros como Franco nos enseñó a odiar; en el que somos capaces de oponernos a la independencia de Catalunya no porque creamos que es una gran pérdida o porque apreciemos al pueblo catalán, su lengua, su forma de ser, su carácter ahorrativo, ¡ca!, aquí muchos se oponen a la independencia de Catalunya porque odian a muerte a los catalanes, es decir, sencilla y llanamente, para que se jodan. Mientras nos insultamos y nos ciscamos recíprocamente en las madres de todos nuestros convecinos, basta un partido de la selección española -si es que no pierde, claro, en cuyo caso también insultamos a los jugadores, al seleccionador y a Ángel María Villar, especialmente a éste- o el ingenioso anuncio de una marca de chorizos para que recordemos que, con todo, adoramos este puto país de locos, bronco, injusto, invertebrado, asimétrico, cruel con el genio y la inteligencia, ensalzador de la zafiedad, altivo, totalmente incapaz de asumir la crítica constructiva, rastrero con aquellos que han intentado mejorarlo. ¿Quién puede entendernos?

Mañana mismo voy a la embajada austrohúngara a pedir asilo político, o lo mismo me compro un chorizo y me pongo a tararear Paquito el chocolatero.

 

 

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