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Provincianos de lo mediático

Por Joana Maria Borrás
domingo 13 de mayo de 2018, 02:00h

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Se suele celebrar, con cierto regocijo, el hecho de tener hoy en día muchos canales de televisión. Se argumenta que un único canal (el único con el que estrenamos los primeros televisores en plena dictadura), era insano y a todas luces inconveniente, por eso, cuando en el transcurso de pocos años iniciaron su andadura los canales de televisión que todos conocemos, lo celebramos pensando que jamás nadie volvería a lavarnos el cerebro con mensajes directos o subliminales y que estaba garantizada de por vida la buena salud del sistema mediático-informativo así como el respeto de los derechos fundamentales.

Craso error no obstante pensar que cualquier cambio es positivo eternamente. El despliegue mediático actual demuestra que tan malo era tener solo un canal de televisión para ver cada noche después de la cena, como tener muchos canales entre los que elegir y acabar eligiendo solo uno, el mismo cada noche y, como si de una letanía se tratara, dejarnos abducir por el intenso adoctrinamiento que actualmente campa por sus anchas en algunos medios de comunicación.

Es malo, malísimo, que haya quienes solo vean un canal en su televisor, del mismo modo que sería pésimo que un niño se educara con un único profesor durante toda su etapa de estudiante. Debería ser obligatorio escuchar las noticias a diario procedentes de varios medios de comunicación, de izquierda a derecha y de arriba hacia abajo, para no convertirnos en marionetas y acabar rezando un mantra cada vez que alguien nos hace una pregunta relacionada con un tema de actualidad. La empatía debería exigirse no solo en las relaciones interpersonales sino también a la hora de analizar la información que se nos proporciona.

Enquistarse en un canal, de igual modo que enquistarse con cualquier otro medio de comunicación (radio, prensa, web, etcétera), de forma exclusiva y obsesiva, no contribuye en absoluto al crecimiento personal, antes al contrario, nos convierte en víctimas provincianas de los medios de comunicación, que hoy, lejos de ser el cuarto poder, se han convertido en un poder capaz de obligar a rectificar a otros poderes hasta hace poco intocables.

Llegados a este punto sería conveniente dejarse llevar de nuevo por la euforia de antaño, por la novedad de tener muchos canales y muchas radios y muchos medios, y sacar a pasear el oído cada día como quien decide conocer nuevos mundos antes de echar raíces definitivamente.

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