La incorporación de la mujer al mundo laboral le ha obligado a aceptar unas condiciones de trabajo pensadas para el hombre, en las que apenas se tienen en cuenta las exigencias de la maternidad. A falta de tiempo y de recursos, la mujer con hijos ve comprometida su carrera profesional y su libertad de dedicarse a la familia.
La Adminisración y las empresas deben reconocer de modo efectivo el trabajo de las mujeres y su función maternal: el papel de la maternidad, específico de ellas, otorga el derecho de ser tratadas de modo diferente a los hombres, sin que esto suponga ninguna discriminación laboral.
Las mujeres, en general, están ahora tan bien o mejor educadas que los hombres y cada vez son más las que trabajan fuera del hogar. En cambio, la vida laboral casi siempre continúa organizada como si las mujeres no fueran también madres. Aunque algunos padres de niños pequeños han empezado a pedir a sus empleadores que su trabajo sea compatible con la paternidad, la vida laboral todavía está organizada como si los empresarios no tuviesen obligaciones hacia las familias.
En esta tesitura, el feminismo igualitario de los años 70 se propuso mostrar que las mujeres podían trabajar tan bien como los hombres en todas las esferas. Pero descuidaron e incluso atacaron la maternidad, de manera que su modelo de mujer como profesional en realidad ha omitido la dificultad de compaginar la maternidad y la vida profesional. En su intento de igualdad, las mujeres han terminado imitando a los hombres, aceptando las condiciones masculinas para la vida laboral. Esto quizá era inevitable en el intento de acceder a profesiones tradicionalmente masculinas; pero sólo puede ser una etapa en el camino hacia la igualdad real.
La meta principal de las mujeres debería ser lograr que su diferencia respecto de los hombres se refleje en la organización del trabajo. Las mujeres empiezan a darse cuenta de la tremenda importancia de esto. Pues hasta ahora han intentado aparentar que la maternidad no influye en su vida profesional, y han "privatizado" su papel de madres.
El trabajo de la madre puede ser de por sí no sólo una ocupación a tiempo completo, sino un empleo más importante que cualquier otro, también para la sociedad. Por tanto, las mujeres deben poder optar por trabajar como madres, y el Estado debe hacer realizable esa posibilidad. Sin duda, esta es una tesis radical y extrema, pues en casi todos los países occidentales trabajar sólo en casa no es hoy una opción, y las mujeres que se "limitan" a estar en casa se ven ridiculizadas y se las considera anticuadas.
Contra esta idea generalizada, habría que insistir en que el trabajo de la maternidad -el trabajo físico de dar a luz y de criar a los hijos- es el más noble e importante de los trabajos, y que es trabajo específico de la mujer: en esto el hombre no la puede reemplazar, sino complementar.
La idea de que las mujeres deben elegir entre los hijos y la profesión es absurda. Después de todo, nadie espera que el hombre haya de escoger entre ser padre o tener una profesión. Es igualmente absurdo pensar que el trabajo fuera de la casa es más importante que cuidar de los niños en casa; de hecho, cada vez más mujeres están reconociendo que su trabajo como madres es de tremenda importancia social. Sin embargo, ni los políticos, ni las pocas mujeres que han llegado a puestos políticos relevantes, están demasiado interesados en reconocer que el trabajo de la mujer-madre "cuenta", pues implicaría un gran coste económico.
El engaño del feminismo igualitario es atacar a la maternidad y a la familia y concentrarse exclusivamente en conseguir la igualdad laboral con el hombre. No es que la igualdad laboral sea irrelevante -las mujeres han sido y son todavía en muchos casos discriminadas en su vida profesional-, pero es un grave error olvidar e incluso atacar a las mujeres en cuanto madres.
Para poder trabajar y a la vez ser madres, la vida laboral debe estar estructurada de modo que las mujeres sean capaces de avanzar y competir sin cargar con consecuencias negativas en su papel de madre. Esto implica que se reconozca explícitamente a las mujeres el "derecho a ser diferentes", y que esta diferencia forme la base para reestructurar las condiciones de trabajo.