Muchos economistas somos amantes de la “teoría de las consecuencias no intencionadas” por la cual, explicamos cómo se pueden diseñar actuaciones, o leyes, con una determinada intencionalidad que terminan produciendo los efectos contrarios a los deseados. De hecho, consideramos que la economía se convierte en ciencia, justamente, para estudiar este fenómeno. Por esto mismo somos frecuentemente renuentes a las intervenciones gubernamentales, salvo en muy contadas, y muy meditadas, excepciones.
La ecología académica es hija de la economía científica y, por tanto, también observa como los resultados medioambientales pueden ser el resultado de una actuación no-prevista, aunque, en este caso, los representantes de esa disciplina todavía tengan pendiente profundizar en el estudio de esta relevante cuestión. En este sentido y desde un punto de vista positivo, en Palma tenemos, al menos, tres claros ejemplos de cómo la protección de algunos relevantes enclaves de la primera línea son el resultado de decisiones no intencionadas.
En primer lugar, nos encontramos con que la única zona litoral mallorquín del municipio no edificada, Es Carnatge, es el resultado de la ubicación del aeropuerto en el Prat de Sant Jordi. Es decir, que razonablemente podemos pensar que sí se hubiera llegado a realizar un plan territorial insular es probable que esa fundamental infraestructura se hubiese construido en otro municipio, con la consecuencia de que no quedaría ningún tramo de costa ciudadana sin edificar.
De igual forma, la existencia de una carretera en primera línea de la playa del arenal la preservó para que, posteriormente, se pudiese erigir el actual paseo. Paseo que nos permite a todos los palmesanos un libre acceso a ese espléndido litoral de arena. Desgraciadamente no ocurrió lo mismo en Poniente donde la carretera de Andratx se construyó alejada de la costa. Lo que permitió edificar a ras del mar con el resultado de que ahora es prácticamente imposible que los ciudadanos de a pie podemos disfrutar de esos impresionantes, y cotizadísimos, tramos de ribera marina.
Cabrera, -la parte del municipio no mallorquina-, es un lugar emblemático de enorme valor ecológico del que ahora podemos disfrutar, paradójicamente, por su importancia militar. Tal como, de igual forma, ocurre con el bosque de Bellver, auténtico pulmón urbano.
Podríamos seguir poniendo algunos ejemplos más, aunque no se correspondan con la zona litoral de nuestra capital. En cualquier caso, los fenómenos no intencionados se repiten una y otra vez en muchas cuestiones sociales complejas. Se dan tanto en sentido positivo, como en los ejemplos de este escrito, como también en sentido negativo. El medio-ambientalismo social, sin duda, es un tema complejo por lo que, en mi opinión, tendría que prestar más atención a este tipo de cuestiones que se producen tanto a nivel local, como nacional e internacional. Tal como demuestra, sin ir más lejos, que el riesgo de guerra nuclear reaparezca, precisamente, cuando Alemania descarta esta energía para sustituirla por gas canalizado barato.
Estos días en que estamos expectantes ante los resultados de las mesas sobre la cuestión de la saturación, me parece interesante recordar que la teoría de las consecuencias no intencionadas obliga a reflexiones muy meditadas realizadas con mucha humildad.