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Prohibamos morirse

viernes 30 de noviembre de 2018, 09:23h

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De verdad les digo que si hace treinta años me cuentan que en 2018 los adultos iban a moverse por las ciudades en patinete, hubiera aconsejado a mi interlocutor una visita al psiquiatra.

La tecnología desarrollada a remolque de la telefonía móvil ha conseguido una espectacular reducción del tamaño de las baterías, lo que inmediatamente se ha trasladado a toda clase de vechículos y, entre ellos, el patinete. No hacen sudar, pesan poco, se pliegan fácilmente y se pueden subir en el ascensor a casa o a la oficina. Además, sextuplican la velocidad de marcha de un peatón e incluso superan la media de las bicicletas, de ahí que no sea extraño que estén proliferando.

Este pasado mes de agosto dos jóvenes montados en uno de estos artilugios arrollaron a una señora de 92 años provocando su caída y que, lamentablemente, se golpeara la cabeza contra el pavimento, sufriendo heridas de resulta de las cuales falleció al cabo de unos días. En tiempos menos histéricos que los actuales a estos hechos se les llamaba desgracias, pero hoy en día a todo acontecimiento luctuoso hay que hacerle una disección, porque la sociedad cada vez rechaza más la aceptación de un hecho natural como es la muerte. Para morir, de hecho, lo único que hace falta es estar vivo.

Como que la política se ha transformado en una carrera de tuits y de efímeras efervescencias y golpes de efecto, pues al Gobierno la ha parecido que el fallecimiento de una anciana de 92 años resulta algo tan inusual que hay que empezar a prohibir cosas, deporte nacional, descartando de plano que el sentido común sea suficiente para regular estas cosas.

Lo que sucede es que, según el INE, en 2016 murieron en España, por ejemplo, 7 personas por atropellos de bicicletas, 1 por el sospechoso atropello de 'otra clase de vehículo sin motor' (¿quizás un patinete?), 5 por el alcance de rayos, algunas más por ataques de perros, y cifras muy superiores por precipitarse tontamente desde pequeñas alturas, traumatismos por caídas de objetos diversos, ahogamientos absurdos derivados de imprudencias y un largo etcétera.

Así que, si lo que queremos es que no haya más muertes de seres humanos por causas externas, prohibamoslas todas ellas, incluyendo las escaleras de mano y taburetes, los cuchillos de cocina, los cristales de las puertas y, sobre todo, los tiestos en los balcones y las tejas. Refugiémonos todos los homo sapiens en cuevas al abrigo de los peligros de la existencia y minimicemos el riesgo de morir. Eso sí, procuremos no darnos ningún cabezazo con una estalactita, ni pincharnos con una estalagmita. ¿O era al revés?
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