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¿Privatizar Correos?

martes 19 de enero de 2016, 14:32h

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Resido en una zona de Palma que depende de la oficina de Correos de la Plaza Progreso. Habitualmente solíamos recibir paquetes en casa a través de dicho servicio. No obstante, desde hace tiempo los envíos dejan de llegarnos, y, en su lugar, recibimos avisos escritos de que “por no haberle encontrado en el domicilio” (a pesar de que siempre hay alguien en casa) deberemos acudir a la citada oficina a recogerlos. Es algo a lo que nos hemos resignado (les sucede también a algunos vecinos). Por ello, el pasado sábado (único día que por motivos de trabajo puedo desplazarme), después de atender mis obligaciones familiares, acudí a dicha oficina y, aparcando como pude, llegué ante su puerta a las 12’55 h. Pues bien, aunque la hora de cierre es las 13’00 h. (así se indica en los avisos), estaba ya cerrada a cal y canto (tengo testigos) cinco minutos antes. Me asomé a través del cristal, y vi que había una empleada tras el mostrador de la oficina. Llamé a la puerta, primero mediante el timbre, y después con unos golpecitos en el vidrio. La empleada no me miró. Tampoco pestañeó. Empecé a dudar de si estaba ante la puerta correcta (pero no había otra). Temí con sincera preocupación que a la empleada le hubiera dado un síncope (pero parecía sana, aunque en una especie de trance). Seguí llamando durante varios minutos con idéntico resultado. Hasta que, al marcar el reloj de pared sito en el interior de la oficina las 13’00 h. exactas, la empleada de Correos tuvo el detalle de levantar la cabeza, mirarme agriamente, y hacerme un gesto seco y expeditivo indicándome que habían cerrado. De nada sirvió que yo le señalara insistentemente el aviso que llevaba en la mano y mi reloj de pulsera: no me abrió. Como muchos ciudadanos, durante años mi familia y yo hemos sido satisfechos y fieles usuarios del servicio estatal de Correos. Y sigo siendo firme defensor de los servicios públicos. Pero en este caso no me cabe duda de que mejor haríamos privatizándolo. Si el esforzado Miguel Strogoff se corporeizara entre nosotros, se volvería, muerto de vergüenza ajena, a la tundra, y se lanzaría de cabeza a los brazos de los tártaros.


Manuel Molina. Palma.
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