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Presunciones

Por Fernando Navarro
viernes 20 de septiembre de 2024, 05:00h

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«El chavismo coaccionó a Edmundo González en la residencia del embajador español ante un mediador de Zapatero».

Los que -hace no tantos años- nos acercábamos a la política partíamos de una presunción fundamental: nuestro adversario también quiere hacer algo por la comunidad. Puede que esté sesgado por su ideología, puede incluso que sus recetas sean increíblemente estúpidas, pero tiene su propio diagnóstico de los males sociales y una terapia para intentar sanarlos. Luego, claro, se mezclaba el propio interés personal: la política, entre otras cosas, es una actividad francamente interesante y entretenida. Pero la presunción de vocación de servicio público no desaparecía por completo. Un político que antepusiera por completo sus intereses personales habría sido visto como algo despreciable, algo así como un médico sin vocación de sanar.

Luego llegaron los Iglesias y los Rufianes y la presunción se fue difuminando rápidamente. Y luego llegó Sánchez y la hizo estallar por completo. Desde el primer momento fue francamente difícil pensar que tenía vocación de servir a España quien se apoyaba en aquellos cuyo objeto social es disgregarla. Pero, a partir del momento en que pactó su mantenimiento en el poder a cambio de la impunidad de los poseedores de los siete votos necesarios, el votante del PSOE necesitó convertirse en hooligan –me da igual lo que haga mi partido mientras gane y no gobierne la derecha- o en adepto de la Hermandad de los Siete Rayos –mi partido, y yo con él, representamos el bien con independencia de lo que hagamos- para seguir creyendo en lo increíble. Quiero decir que hoy nadie que no esté sectarizado o lobotomizado en áreas sensibles de su cerebro puede creer que Sánchez antepone el interés de España al suyo propio de seguir en Moncloa.

Los hechos destruyen las presunciones, y a la vez alientan otras nuevas, y así vamos intentando interpretar la realidad. Por ejemplo, viendo la soltura con la que Begoña Gómez convocó al rector de la Complutense, el desenfado con el que firmó cartas de recomendación para el empresario que le ayudó a encontrar patrocinios, la elegancia con la que se apropió de un software creado por Google, Indra y Telefónica, y la frescura con la que se relacionó con un empresario mientras recibía cuantiosos fondos públicos del gobierno de su marido, podemos presumir que el matrimonio monclovita no tiene inconveniente en mezclar lo público y lo privado, y que carece de manías y escrúpulos cuando se trata de prosperar. Esta nueva presunción se ve reforzada cuando se observa el trato de favor que parece recibir el hermano del presidente, en cuya cuenta, a diferencia de lo que ocurre en la de la mayoría de los ciudadanos, aparecen cantidades de dinero cuya justificación es complicada.

Con el tiempo, las presunciones que se ven reforzadas con nuevos hechos, y no son destruidas por éstos, pueden acabar consolidándose. Y mientras tanto hechos sorprendentes, aquellos que se producen fuera de lo ordinario, alientan presunciones extraordinarias. El trasiego de maletas venezolanas por el aeropuerto de Barajas, el bochornoso papel de Zapatero, y la noticia que abre esta columna permiten legítimamente sospechar una concurrencia de intereses del sanchismo con la narcodictadura de Maduro. Y este momento, en que el mundo vuelve a dividirse en dos bloques, la presunción de que España puede caer en el lado malo sencillamente por los intereses personales de Sánchez es especialmente alarmante.

En fin, este es un momento turbulento para entender la realidad, especialmente porque el presidente aspira a hacerla borrosa introduciendo confusión adicional. Él pretende, con el fin de que todo sea dudoso, difuminar la diferencia entre información y desinformación, verdad y mentira, hechos y bulos. Precisamente en este escenario no es descabellado que Moncloa sienta la tentación de manufacturar noticias falsas para intoxicar a medios a los que acusar posteriormente de propagar «fake news». Puede que ya esté ocurriendo.

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