Premis Ciutat de Palma: la calidad por bandera
domingo 19 de enero de 2014, 11:14h
Hace pocos semanas, en el pregón de la Festa de l´Estendard se afirmaba que aquellos primeros premios que el entonces regidor Gabriel Fuster "Gafim" inició de la mano de escritores tan ilustres como Camilo José Cela, Salvador Espriu, Llorenç Villalonga, entre otros, trascurrían entre la indiferencia ciudadana desde hace muchos años. Muchos se sorprenderán cuando sepan o recuerden que desde 1956, tanto en novela como en poesía, las obras podían presentarse indistintamente en catalán o castellano. De hecho fue premiada la novela de Joan Bonet con Un poco locos, francamente, y la de Guillem Colom en poesía con La terra al cor. Lo que incitó a aquellos pioneros tenía un único motivo: premiar la obra de más calidad, independientemente de la lengua en que hubiera sido presentado, convirtiendo en lema la afirmación del Nobel Cela "no usar la lengua para la guerra, y menos para la guerra de las lenguas, sino para la paz, y sobre todo para la paz entre las lenguas”
En sus más de cincuenta años de historia, el certamen ha ido evolucionando con la entrada y salida de distinciones en función de los tiempos y del devenir político.
La innovación presente aspira a significar y conseguir una reestructuración importante ante el anquilosamiento de décadas. Nuestra sociedad ha cambiado mucho en los últimos diez años, y estos cambios no estaban reflejados en un certamen que debe aspirar a trasladar al mundo de la cultura, un reto de vanguardia y de singularidad propia.
La actual remodelación pretende sintonizarse con la realidad social y cultural que vivimos. Los retos a los que aspira son afinar el Premio Antoni Gelabert a la exigencia y deseo de permanencia que tiene todo artista contemporáneo, cuando la mirada entendida observa su creación; ser cauce para toda la fuerza creativa que irrumpe en el sector audiovisual y, por último, hacer frente a una realidad alicaída, recuperando el espíritu originario, con el único compromiso de una apuesta radical y sin tabúes por premiar a la mejor obra literaria que se haya presentado, sea cual sea la lengua en que haya sido escrita.
Por pertenecer generacionalmente a una etapa diferente creo que el debate lingüístico en materia literaria debiera estar archivado. Es una rémora que pertenece a una servidumbre del pasado, un antagonismo con motivaciones más políticas que literarias. Del mismo modo que tengo esta convicción, entiendo y comparto la idea de que en los primeros compases de la democracia, en el contexto de una nueva y esperanzadora etapa política, tuvo un sentido profundo y razonado que la convocatoria fuera exclusivamente en catalán. Pero hoy, consolidada la libertad y la democracia, convertidos en una ciudad abierta al mundo, me reitero en mi creencia que es un debate que debiera estar superado, entre otras cuestiones, porque el resultado está siendo estéril. Es preciso avanzar.
¿Qué sentido tiene para los ciudadanos que la alternancia democrática en el gobierno municipal conlleve implícitamente la construcción de un muro literario en función del color político que gobierna la ciudad? Seamos sinceros, los Ciutat de Palma pasan intrascendentes ante la inmensa mayoría los ciudadanos de Palma, y en el trasfondo de tal indiferencia se halla la infructuosa pugna política que se ha adueñado del certamen.
Asumir tal realidad es la raíz filosófica de la empresa reformadora acometida. En otras palabras; recuperar el espíritu originario, adaptándolo a la actualidad, sumando las corrientes vanguardistas del sector y premiando generosamente a las obras ganadoras. Aspirar a la calidad abriendo y ampliando horizontes, con renovada ambición, y motivando a los jóvenes talentos y a los mejores creadores a concursar a la alta distinción. La gran participación que se ha producido en todas sus categorías en la presente y ya renovada edición, es una grata noticia y una invitación a la esperanza.
La opción de libertad de elección de lengua tanto para el escritor como para el lector nace con la voluntad de acercar posturas enfrentadas, al definir como único objetivo aquello que une a todos: el reconocimiento de la calidad. Y la calidad, está en la obra literaria, en la novela o la poesía, tal y como estén escritas, en la obra per se, que es lo único que realmente perdura.
Desde la premisa de libertad de creación, la Administración preserva la libertad del lector garantizándole la opción de poder leer la obra ganadora, eligiendo el idioma que prefiera para su lectura, sea castellano o catalán, garantía fundamental disponible para siempre en el futuro.
La pretensión de convertir el galardón en un símbolo de identidad excluyente es no darle el verdadero sentido que tiene para la gran mayoría de ciudadanos, es decir, galardonar la obra literaria de mayor calidad desde un concepto de libertad y normalidad. Empecinarse en mantener dos bloques literarios, castellano y catalán, cuatro premios para dos únicas categorías, era levantar un muro de silencio.
El carácter público implica el afán de hacerlo accesible al mayor número de ciudadanos, escritores y lectores, mientras que la inversión pública en la distinción tiene que alcanzar a todos, al margen de la lengua oficial que elijan para escribir o leer.
La reforma también pretende ir más allá en esa expresión y deseo de libertad. Abarca también la defensa y la promoción de nuestra lengua mallorquina, estimando esencial esta premisa. Con la obligación de traducir al catalán la obra ganadora escrita en castellano, se ha superado lo que aparecía inicialmente como un obstáculo. Tal requisito hace bien visible y patente el doble compromiso de la Administración; no sólo fortalecer nuestra lengua, sino también ampliar el campo de lectores con independencia de las primarias expectativas del propio autor en castellano.
Los renovados premios de Ciudad de Palma, ambicionan ampliar derechos y posibilidades culturales, especialmente para sus verdaderos patrocinadores, los ciudadanos. Aspiremos, pues, a recuperar su interés por unos galardones con casi sesenta años de historia.