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Política emocional del PSOE

Por Pep Ignasi Aguiló
martes 12 de noviembre de 2024, 05:00h

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La larga tradición social de la derecha española, practicada con notable eficacia comparativa, descoloca al PSOE al dificultarle alzar esa bandera. Eso, unido a la crisis de la izquierda internacional vivida a raíz del hundimiento del comunismo, y la salida a la luz de sus atrocidades, empujó al partido de Zapatero hacia la política sentimental, o emocional, como principal y casi única baza electoral.

Para ello había que aprovechar, en caliente, los momentos inmediatos de cualquier catástrofe o accidente grave, cuando a la gente le sube la sangre a la cabeza y la rabia se apodera de todo el cuerpo. En esos momentos, no se piensa con claridad, lo impide el estrés, la frustración, la ansiedad y la depresión. Pero alivia poder echarle la culpa a un responsable ajeno, pues así se descarga la propia.

Esto es lo que explica las actuaciones que lleva a cabo el PSOE siempre que se produce una desgracia bajo el mandato de algún gobierno del PP. Algo que, a la vista está, no sucede a la inversa, pues este último partido suele apoyar al que está al mando a pesar de situarse en la oposición. Esa es, hoy por hoy, una de las diferencias más marcadas entre ambos componentes del espectro político.

Los análisis que se puedan hacer cuando las aguas emocionales se calman, una vez reunidos todos los datos, carecen de importancia. Es decir, que cuando se juzguen las responsabilidades, por jueces independientes, habrá pasado el suficiente tiempo como para que la realidad de los hechos carezca de importancia política, pues entonces, muchos de esos sentimientos adversos ya habrán desaparecido.

Sin duda, el público se deja llevar por este tipo de política, pues no puede dedicarle el tiempo, ni los recursos suficientes, para conocer y racionalizar todo lo que envuelve a los tristes acontecimientos de causas complejas. Lo cual tiene la ventaja de legitimar al denunciante y deslegitimar al torticeramente denunciado.

Otros partidos de izquierda también han actuado de la misma manera con las denuncias de agresiones a mujeres. Es decir, agitando los lógicos sentimientos de indignación que provocan, sin tener en consideración las circunstancias concretas que sólo se pueden conocer pasado el tiempo necesario para analizar con detalle lo realmente sucedido. De esta forma, han conseguido crear un ambiente general de alarma que les permite atribuir malos sentimientos a quien se oponga a sus políticas. De nuevo se trata de llevar a cabo una deslegitimación de los contrarios, mediante actuaciones que anteponen la emocionalidad a la racionalidad.

Es cierto, dicho sea de paso, que los comunistas tienen una larga tradición de traiciones y “vendettas” entre ellos mismos, por lo que no ha de extrañar que empleen estos mismos métodos contra alguno de los suyos.

Por supuesto, los grandes maestros en materia de política sentimental son los nacionalistas. El Programa 2000 publicado por El Periódico el 28 de octubre de 1990 lo mostraba bien a las claras. Aunque la evidencia es mucho más cotidiana, pues cualquier observador puede percibir, sin dificultad, cómo desde esas filas se denosta, o incluso criminaliza, todo lo que tenga sello español, contraponiéndolo con la natural bondad de lo supuestamente catalán o vasco.


Ahora bien, lo curioso de todo esto, es que llevamos el tiempo suficiente como para que estas reiteradas actuaciones sean conocidas. Por lo que resulta difícil entender por qué el PP no las prevé, alzando con más diáfana contundencia el estandarte de la racionalidad, para confrontarlo a la política emocional de nefastas consecuencias en cuanto a la degradación de la convivencia, y por tanto, de las instituciones. Tal vez no lo hace porque desenmascarar al PSOE, y a sus socios, no resulta creíble sin hacer lo propio con el feminismo woke y, sobre todo, con los nacionalismos, que han devenido tristemente “vacas sagradas” de nuestra democracia.
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