Cuando te dedicas a la abogacía te das cuenta de que, detrás de la mayoría de los asuntos que tramitas, hay una mezcla extraña de frialdad y emociones contenidas. La parte humana es la que más me interesa, porque es la que va a guiar, sin duda, el desarrollo de todo el proceso.
Cuando tenía 12 años ya me gustaba escribir, y además tenía muy claro que quería ser abogado. Por eso, con esa edad, escribí una “novela” de apenas 20 folios, escritos con una Olivetti de color verde que todavía conservo en algún rincón de la casa. Después, les pedí a mis padres dinero para ir a la imprenta que estaba justo al lado de mi Colegio, “La Palmesana”, y encargue unas tapas de color negro, para mis letras repartidas en hojas de papel cuadrícula. Todavía conservo esa, que bautice a mis doce años como: “novela”, como testimonio de lo claro que lo tenía entonces, y lo sigo teniendo ahora.
Cada vez que alguien se sienta frente a mí por primera vez, para contarte su historia, que a veces es drama, porque no tenemos que ningunear ningún problema por muy pequeño que pueda parecerle a quien no lo padece; siento la satisfacción de poder ayudar, haciendo lo que me gusta y (no nos engañemos), lo que mejor se hacer (porque canto y cocino, de pena), y asumiendo, desde ese momento, la responsabilidad, de que esa persona que ha confiado en mí, pueda dormir más tranquila a partir de ese día.
No es tarea fácil. Cuando uno se ve obligado a pleitear para reivindicar la propiedad o la posesión de una parte del inmueble que ha comprado; o para que un reparto de herencia se haga conforme a las normas establecidas; o para dividir los bienes ya comunes porque el amor termino en divorcio, o porque la familia no se habla, desde hace años; o para solicitar que una aseguradora me indemnice porque hace años que pago los recibos escrupulosamente y ahora se niegan después del siniestro, a darme tan siquiera una respuesta; o para reclamar lo que es mío, simplemente; o para reclamar la ejecución correcta de lo mal ejecutado; o para que me indemnicen si me han dejado el coche hecho trizas en una cuneta; o para los Tribunales salvaguarden mis derechos fundamentales…
Detrás de cualquier problema que puede acabar en un Juzgado, hay noches en vela de quienes lo padecen, e incluso muchas veces, lágrimas, rabia, impotencia, desaliento, depresión y tristeza. Creo que la INJUSTICIA, así, en mayúsculas, es una de las situaciones que más desazón puede llegar a provocar.
Por eso, sea cuál sea el asunto a tramitar, no es tarea fácil si se priorizan esas emociones y, sin embargo, yo nunca me atrevería a dejarlas de lado, porque de hacerlo así, ya no sería el abogado que siempre quise ser y describí, en esa “novela” sin pretensiones, de tapas negras y papel cuadrícula.