Piel de bebé
martes 18 de abril de 2017, 01:00h
… Y lágrimas de cocodrilo. En el fondo, para los que se llaman progresistas el asumir el poder, el gobierno, es un segundo plato para su mesa. Lo realmente importante, lo apetitoso para ellos no es alcanzar la gobernanza, sino conseguir desplazar a lo que ellos llaman derecha de las tituladas poltronas, cuando no las ocupan ellos. Una vez conseguido el objetivo, poco más queda por hacer dentro de las filas ya gubernamentales. A lo sumo, imponer el catalán hasta en la hora de comer, rememorar cada dos por tres al alcalde fusilado por los franquistas (como si ello fuese una cuestión de sumo y actualísimo interés ciudadano) y, por descontado, comenzar la distribución de cargos, asesorías, prebendas y privilegios contractuales a los que consideran de los suyos, aunque alguno o alguna, posteriormente, les salga rana, con perdón. Y en el ínterin de todo ello, envolviendo ese modus operandi tan ilustrado, su labor se entremezcla con proclamas y soflamas, con el destrozar, arrinconar y evaporar todo cuanto haya podido dejar en herencia esa “derecha” en su anterior periodo de gobierno, sea donde sea. Poco importa a que afecte, lo que realmente interesa a la progresía, con pacto o sin pacto, es evaporar las acciones o decisiones de gobierno de los “otros”, aunque hayan resultado beneficiosas para la sociedad. Tanto da.
Y finiquitada esa fase, poco queda ya por hacer. Las ideas no fluyen, los programas no sirven, los planes son irrealizables, las decisiones están adornadas de utopía, cuando no resultan ilegales. Véase la ecotasa, la supuesta solución a los males de la tesorería, que se han quedado en simples óbolos de destino o finalidad incierta. O las pifias urbanísticas, presentadas como el no va más de la reforma ciudadana, tumbadas una por una por la judicatura, con coste sensible para el ciudadano. Y suma y sigue, hasta llegar al súmmum del ridículo; una comunidad, una ciudad sucia, impersonal, amorfa y llena de pis de perro, y no es metáfora.
Cabe preguntarse cómo se comportarían determinados personajes, ahora pisando moqueta, si un dirigente de la “derecha” hubiese contratado a dedo a un conmilitón por el único mérito de conocer el programa electoral del ramo; o hubiese regado de contratos a dedo, naturalmente, al jefe de comunicación de su mismo partido. Gettysburg hubiese sido un juego de niños en comparación con toda la tramoya mediática y parlamentaria que se habría montado, incluidos los gritos, rasgadura de vestiduras y envíos a los infiernos por parte de la progresista oposición del malhadado dirigente derechista corrupto; corrupto sin derecho alguno a la presunción de inocencia, naturalmente. Pero no, ahora, en nuestro actual caso, todo es diferente. Las lágrimas enturbian el paisaje y sólo se habla de sentido común, de deficiencias éticas, de reglas no escritas obviadas, de sensatez inaplicada, pero — ¡Oh dioses lares! — jamás de dimisión por responsabilidad política. Y es que, cuando se está en la oposición no se llora, sino que se busca ese derrocamiento aludido al principio repartiendo estopa, real o ficticia. Poco importa el sufrimiento ajeno ante la avalancha opositora, esa se supone es la misión, destronar al adversario o enemigo, según sea el grado de odio o aversión hacia el personaje. Lo normal es que, cuando se es oposición, se presume que la piel de cocodrilo debe adornar al gobernante, pero cuando se es gobierno, sorprendentemente, uno se da cuenta que su piel es cual la del bebé recién nacido. Será esa sensibilidad la que, por activa o por pasiva, impulsa a los progresistas hallados en falta, y gorda, a no dimitir precisamente por “responsabilidad política”. Manda… Y mientras el mundo anti casta, transcurre por esa senda, mientras se contratan a dedo cientos de coleguillas de currículo ignoto, como siempre en manada, van solicitando dimisiones o ceses, e incluso cuartelillo, para todos aquellos que no han recibido el carnet acreditativo de su pureza democrática. Es decir, para los de enfrente, para los que no son “gente”, para los tocados por el dedo de un dios que les ha gritado que el hombre está por encima del Estado. Lo gracioso es que quiénes ahora abandonan la bici para subirse al coche oficial — repentinamente convertido en medio de trabajo —, antes clamaban contra el sistema y sus modos y maneras. Sin embargo, cuando tocan poder los asumen y justifican sin problema alguno. A eso se le suele llamar hipocresía. Y es que, cuando gobiernan los que se auto titulan progresistas, el mundo debe girar al revés, pero siempre alrededor de su ombligo.
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Últimos comentarios de los lectores (1)
177709 | Un plato es un plato - 18/04/2017 @ 18:03:45 (GMT+1)
... Y lo otro es, x naturaleza, flexible, cambiante, adaptable... una organización pragmática q se adapta a cualkier situación concreta y q no se detiene jamás ante cualkier tipo de constricción q limite o impida el fin último de los hombres de honor: la conkista del Poder. Como dijo mi lechero, una biblioteca andante, el máster del trivial, y lechero; a veces no importa tanto lo q dicen, sino kien lo dice. Le contaría más cosas sobre akel hombre q repartía leche x el barrio subido en un '2 caballos', pero prescribiría
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