El compromiso alcanzado in extremis esta madrugada en Bruselas entre los países mediterráneos de la UE y la Comisión viene a suavizar el despropósito de la propuesta inicial del lituano Sinkevicius, comisario saliente –de difícil calificación, entre incompetente y perverso-, y de triste memoria para todo nuestro sector pesquero por su contumacia en su persecución, hasta el punto de condenarlo a la extinción en un futuro cada vez más próximo.
El nuevo comisario, el chipriota griego Costas Kadis, se excusaba esta semana señalando que esta propuesta de la UE no era de su cosecha, sino una herencia recibida de su predecesor, pero que los servicios jurídicos de la Unión le aseguraban que tenía que mantenerla.
Con el acuerdo de anoche, se ha pactado que, haciendo un esfuerzo de supuesta ‘modernización’ -lo que comporta, entre otras cosas, la reducción de capturas por la vía de la modificación de las mallas de pesca-, la flota mediterránea de arrastre podrá faenar desde el próximo 1 de enero un total de 120 días al año. Es decir, les dejan trabajar uno de cada tres días en un mar cada vez más acotado y con redes que comportan reducir las capturas. A ver qué empresa de cualquier sector resistiría esto.
El acoso de los burócratas del Norte de Europa, espoleados por unas organizaciones ecologistas al servicio de los intereses -no siempre limpios- de determinados lobbies y empresas pesqueras del Atlántico, viene lastrando no solo a la pesca en el Mediterráneo, sino a todo nuestro sector primario. Mientras, una desnortada UE firma acuerdos comerciales en estos ámbitos con potencias -el último, con Mercosur- que bendicen el dumping social como eficaz método de suicidio colectivo de la economía y mercado de trabajo de la Unión. Ya hemos acabado con nuestra industria porque las grandes firmas alemanas prefirieron fabricar en China a una cuarta parte del coste de mano de obra y sin respeto alguno por los derechos humanos más elementales. La codicia de las grandes corporaciones noreuropeas no tiene freno ni escrúpulo alguno. Ni patria.
Quienes recordamos nuestro ilusionante ingreso en la entonces Comunidad Europea en 1986 no podemos olvidar lo que sucedió en nuestras Islas con el sector ganadero. De la noche a la mañana se nos prohibió producir leche, -sobraba, decían- exterminando la producción láctea (kilómetro 0) de Mallorca.
El resultado, en términos económicos, etnológicos, culturales y medioambientales fue catastrófico. Los terrenos que ocupaban las explotaciones ganaderas no se dedicaron nunca más a usos agrarios, sino que han acabado acreciendo el suelo rústico yermo, idóneo para la explosión del urbanismo -legal e ilegal- que está convirtiendo la isla en una macrourbanización, fomentando hasta el paroxismo el monocultivo turístico. Es, quizás, lo que buscaban.
Ahora se quiere acabar con la pesca de arrastre, pese a las enormes limitaciones en términos de caladeros que ya venía soportando la flota y por más que sea evidente una recuperación de los stocks de la mayor parte de las especies en nuestro entorno, como señalan los últimos estudios.
Los 31 arrastreros de la flota balear aportan el 70 ciento de las capturas, o lo que es lo mismo, son esenciales para la viabilidad económica de toda la organización de comercialización del pescado, lonjas, cofradías, federación, puestos en los mercados, etc.
Si desaparece el arrastre, se llevará consigo también no solo a todo un sector tradicional de pesca de artes menores que sobrevive bajo su manto, sino, asimismo, multitud de puestos de trabajo y, sobre todo, una forma milenaria de vivir y entender la vida propia de nuestra cultura.
Mientras tanto, conviene recordar que a 12 millas de Cabrera -Parque Nacional marítimo-terrestre- ya nos encontramos en aguas internacionales y que, por supuesto, mientras los europeos nos seguimos haciendo trampas al solitario, las recrecidas flotas marroquí, argelina y tunecina, y de muchas otras nacionalidades extracomunitarias campan a sus anchas, esquilmando sin limitación alguna los caladeros del sur del Mediterráneo para acabar vendiéndonos el pescado que la UE nos prohíbe capturar.
Eso sí, Von der Leyen sigue sonriendo en todas las fotos.