Perplejidades ucranianas
lunes 24 de febrero de 2014, 18:42h
Tras la sorprendente huida de Yanukóvich de Kiev, el consiguiente desmoronamiento de su gobierno y su destitución por el parlamento ucraniano, han surgido algunas incógnitas que nos sumen en la perplejidad.
¿Qué pasó entre el 20 de febrero, en que con la visita de los ministros de asuntos exteriores de Francia, Alemania y Polonia se llega a un acuerdo para volver a la constitución de 2004, formar un gobierno de unidad nacional y convocar elecciones presidenciales a final de año, acuerdo mal recibido por los ciudadanos del “Maidán”, y el 22 de febrero, en que Yanukóvich huye, su gobierno se deshace, la policía y el ejército se retiran, los manifestantes ocupan los edificios oficiales y el parlamento destituye a Yanukóvich, nombra presidente interino a Turchínov, aliado de Yulia Timoshenko, a la que libera y convoca elecciones presidenciales en mayo?
Es especialmente llamativo que el acuerdo fue saludado favorablemente por los Estados Unidos, Rusia y la Unión Europea y en 24 horas Yanukóvich se deshace como un azucarillo. ¿Qué ha pasado con la mayoría parlamentaria de su Partido de las Regiones, que había venido rechazando todas las iniciativas de la oposición y ahora, en cambio, permite la destitución del presidente y la aprobación de todas las propuestas de sus anteriores adversarios, que son los que han pasado a controlar la duma?
¿Qué ha pasado con los que hasta ahora parecían las cabezas visibles de la revolución, al menos para los medios occidentales?. Yatseniuk, Tiagnibok y Klichkó parecen haberse desvanecido, casi igual que Yanukóvich. De hecho Klichkó parecía ser el candidato favorito de la UE, mientras que EE.UU. preferían a Yatseniuk y no querían a Klichkó no ya de presidente, sino ni tan siquiera en un futuro gobierno. Parece que muchos ucranianos no sienten demasiada simpatía por ninguno de ellos, ni tampoco por la propia Timoshenko.
Ante esta falta de líderes consolidados, ¿hay peligro de un vacío de poder que pueda ser ocupado por elementos de derecha y extrema derecha, cada vez más populares, sobre todo en el occidente del país?. La presencia de nuevo de las banderas rojinegras del Ejército Insurgente Ucraniano (UPA en lengua ucraniana), una organización de extrema derecha, ultranacionalista y racista, resulta muy inquietante.
¿Qué pasará en Crimea?. La población mayoritariamente rusa de la península, que fue parte de Rusia hasta 1956, cuando Jruschov la “regaló” a Ucrania, ya se ha empezado a manifestar reclamando la secesión y la unión a la Federación Rusa, con graves enfrentamientos con la minoría ucraniana. ¿Qué hará Putin al respecto?. El ejército ruso ya está presente en la península crimea; Sebastópol es la base de la flota rusa del mar Negro en virtud de los acuerdos establecidos tras la disolución de la Unión Soviética. La población crimea ya quiso separarse de Ucrania y unirse a Rusia en aquel momento. Yeltsin no lo aceptó, pero sí consiguió para Crimea un estatus de república autónoma, la única de Ucrania. Ahora las tensiones vuelven a aflorar con virulencia renovada y Putin podría considerar la posibilidad de reintegrar Crimea al seno de la madre Rusia. Y la tentación podría extenderse a las regiones orientales y meridionales de mayoría rusófona, con lo que se consumaría la partición y quizás la desintegración de Ucrania.
La palabra la tienen los ciudadanos ucranianos, los occidentales y los orientales, los ucraniófonos y los rusófonos. Si consiguen unirse en un objetivo común de estabilizar el país, deshacerse de una clase política corrupta y criminal y arrinconar a los extremistas ultras de uno y otro lado, podrán empezar a sentar las bases de la resurrección de Ucrania y la Unión Europea debe respaldarles y ayudarles, debe proporcionarles ayuda económica, logística, administrativa, jurídica y educativa y, sobre todo, debe actuar con decisión ante Estados Unidos y Rusia, activando su diplomacia para evitar que las dos superpotencias intenten convertir Ucrania en el primer escenario de confrontación de la nueva guerra fría que parece venir incubándose desde hace unos años. Veinticinco años después de la caída del muro de Berlín no queremos que se levante un nuevo muro en Kiev.