EMILIO ARTEAGA. Con la llegada de la primavera llega también la época de floración y polinización de muchas, si no la mayoría, de las plantas de nuestro entorno, tanto silvestres como cultivadas y empieza la temporada de las alergias. Cierto que hay alergias todo el año, pero los alérgicos al polen, lógicamente, lo pasan especialmente mal en estos meses primaverales.
Las enfermedades alérgicas se han convertido en una verdadera pandemia, sobre todo en los países desarrollados. Hace menos de cincuenta años tenía alergias alrededor del 5 % de la población, en la actualidad se considera que los afectados suponen entre el 20 y el 35 %, según diferentes fuentes. En cualquier caso, un aumento desaforado. Se calcula que el número de alérgicos en los países industrializados se ha doblado en los últimos 15 años. La OMS sitúa las enfermedades alérgicas en el cuarto lugar del ranking mundial y algunas previsiones piensan que ocuparán el tercer puesto antes de 10 años y que el porcentaje de afectados llegará al 50 % de la población en el primer mundo. Como ejemplo de la extensión de las alergias, la OMS calcula que existen en el mundo unos 400 millones de pacientes con rinitis alérgica y unos 300 con diferentes formas de asma.
Pero el problema no es solo cuantitativo, cada vez se detectan más tipos de alergias distintas, más alérgenos, síntomas más variados, procesos más graves y más largos y cada vez aparecen alergias nuevas a edades más avanzadas. Si hace unas pocas décadas era raro que las personas se volvieran alérgicas después de la primera juventud, hoy en día se detectan debuts alérgicos a edades cada vez más avanzadas, incluso a los 80 años.
No se sabe muy bien cual es la causa de este incremento tan brutal. Lo expertos no disponen de momento de una explicación convincente, basada en evidencias científicas, pero la mayoría está de acuerdo en que, con toda probabilidad, se trata de un proceso multifactorial, por el que los procesos alérgicos habrían pasado de estar provocados por un sustrato genético presente en un pequeño porcentaje de la población, a estar asociados a un complejo conjunto de factores ambientales, que afectan a un grupo mucho más numeroso de personas, provocando respuestas inadecuadas del sistema inmunológico, ya no exclusivamente sobre una base genética.
Los cambios en el medio ambiente, el uso masivo de productos de síntesis en la alimentación, ropa, muebles, materiales de construcción, etc., la contaminación de la tierra y el agua por pesticidas, herbicidas, residuos industriales, la quema masiva de combustibles fósiles, el consumo abusivo de medicamentos, el aislamiento de la gente del medio natural en entornos urbanos cada vez más artificiales. El acondicionamiento y aislamiento cada vez mejores de las viviendas tiene un efecto paradójico: el incremento de la tasa de humedad y de la temperatura media interior favorece la proliferación de ácaros y de hongos. El exceso de higiene, tanto personal como comunitario, que nos aleja del contacto natural con microbios, que es para lo que la evolución diseñó nuestro sistema inmunitario. El aumento de la extensión de los campos de cultivo, especialmente de cereales, que provoca la presencia de ingentes cantidades de polen de la época de floración, una auténtica explosión polínica.
Todos estos factores y, sin duda, otros más, estarían contribuyendo a la desestabilización del sistema inmunitario de muchas personas, que no conseguiría adaptarse a los grandes cambios del entorno con la rapidez necesaria, lo que provocaría las respuestas disfuncionales que caracterizan los procesos alérgicos.
Existen tratamientos, vacunas y medidas preventivas que los afectados y sus familias deben seguir, siendo deseable que lo hagan siempre bajo supervisión de un médico especialista, pero también hay medidas genéricas que las autoridades públicas y los ciudadanos particulares deberíamos adoptar, a fin de intentar reducir la presencia de alérgenos en el ambiente, como por ejemplo un diseño adecuado de los árboles, arbustos y plantas ornamentales que se utilizan para nuestros parques, jardines y zonas ajardinadas, públicos y privados.
Seguramente será difícil modificar sustancialmente las especies cultivadas por las explotaciones agrícolas, aunque las autoridades nacionales y europeas deberían empezar a considerar la inclusión de los factores de alergenicidad entre los elementos a tener en cuenta en el diseño de la famosa y controvertida política agraria común (PAC), pero lo que no debería ser difícil sería repensar los criterios de elección de plantas para los parques, jardines, calles, medianas de autopistas, arcenes de carreteras, etc. Aquí en Mallorca hay una sobreabundancia de cipreses y otras cupresáceas, así como de olivos, que son algunos de los árboles más alergénicos. No vamos a eliminar las plantaciones de olivos, una de las pocas fuentes de riqueza que le quedan a nuestro maltrecho sector primario y que producen una de las señas de identidad de nuestra gastronomía y, por ende, de nuestra cultura ancestral, el aceite de oliva, pero sí debería reconsiderarse su utilización como planta ornamental en las ciudades y zonas urbanizadas. Tampoco vamos a talar las tradicionales barreras de cipreses presentes en nuestros campos, pero el uso abusivo de cupresáceas en jardines y setos debería evitarse. Y así con otras especies, que sería prolijo e innecesario enumerar aquí.
En definitiva, nuestras autoridades municipales, insulares y autonómicas, cada una en los espacios que le correspondan, deberían tener en cuenta el hecho alergénico y asesorarse con especialistas sobre las mejores especies a utilizar en jardinería y paisajismo para limitar la presencia de alérgenos, sobre todo en el medio urbano.