Desaparecida durante el estado de alarma, la delegada del Gobierno en Baleares, Aina Calvo, quiere recomponer ahora su imagen ante la principal crisis sanitaria y económica que ha afectado al país y, por extensión, a las Islas.
Calvo, nombrada para el cargo en febrero, se esfumó de la escena pública semanas después, cuando el país quedó confinado y cuando, precisamente, la administración central -de la que ella es representante en Baleares- tomó el mando único de la situación. Desde entonces, y a pesar de ello, nada se ha oído por boca de Aina Calvo sobre los problemas que han apesadumbrado a los ciudadanos y que dependen de ministerios de los que Calvo es una prolongación en las Islas: nada sobre la prórroga de los ERTEs, sobre los equipos sanitarios que debía haber proporcionado la administración central, sobre el reparto del fondo autonómico no reembolsable...
Mucho menos se le ha oído su opinión sobre otros asuntos que Baleares tiene abiertos en su frente con Madrid: el Régimen Especial, los convenios pendientes, la ampliación del aeropuerto de Palma, el debate sobre los cruceros, el incremento de las tarifas aéreas... De otras cuestiones que Calvo representa en Baleares -la seguridad pública, Hacienda o la Justicia- cabe reseñar que tienen sus propias estructuras, altamente profesionalizadas, y funcionan sin necesitar ninguna intervención de la delegada; sólo una protocolaria coordinación.
Durante la crisis, en la relación de Baleares con Madrid, Calvo ha quedado ampliamente superada por la presidenta del Govern, Francina Armengol, auténtica interlocutora con Moncloa, aunque sus peticiones hayan sido escuchadas a medias. No ayuda a la ex alcaldesa de Palma, ciertamente, que el mismo partido gobierne en Madrid y Baleares, un hecho que no sólo la convierte en personaje vicario de aquellos que se sientan en el Consejo de Ministros -ante los que poco más cabe que asentir- sino que cierra toda opción de levantar la voz en contra por mucho que haya reclamaciones unánimemente acordadas en el Parlament. Lógicamente, no se trata tanto de entrar en confrontación con aquel que te ha nombrado para el cargo, como de marcar un perfil propio, como consiguió -aun siendo interino- su antecesor Ramón Morey y como podría haber hecho Calvo en el escenario de gran crisis que hemos vivido desde marzo. No ha sido así y su cargo ha quedado marcado por el silencio y la más absoluta insignificancia.