Pablo tiene razón

Cuando el secretario general de podemos, Pablo Iglesias, afirma que la casta política tiene muchos privilegios, tiene razón. Aún a sabiendas que la generalización es injusta con los miles de ciudadanos que ejercen su responsabilidad democrática con voluntad de servicio.

Está en lo cierto cuando asevera que tienen unas oportunidades que no poseen el resto de los mortales. Probablemente, sería más acertado refrendar que algunas personas utilizan la política para aprovecharse de las prerrogativas que ésta les proporciona.

Es innegable su acierto cuando critica con acervo a los bancos por su deficiente gestión y por la dificultad en equilibrar sus áreas de negocio con la sensibilidad social. Sin embargo, se acercaría más a la realidad, si afirmara que los directivos de entidades de crédito, especialmente cajas, nombrados o propuestos por todos los partidos políticos, se ha caracterizado por la falta de rigor, por la desmesura en sus acciones y por sus nefastos resultados.

Son meritorias sus arengas reclamando más democracia y más libertad. Loable su insistencia en requerir la intensificación de las medidas de protección social. Ensalzable su discurso, aparentemente sincero, de potenciar el estado del bienestar. Plausibles sus posicionamientos tendentes a crear una sociedad más igualitaria y más justa.

Llegado a este punto, resulta lamentable, alarmante y asfixiante la incoherencia de su discurso con el de sus acciones. La distancia infranqueable entre sus peroratas y sus actuaciones.

Quien iba a decir que sus épicos posicionamientos iniciales que sustituían, por anacrónicas, las derechas y las izquierdas, por los de arriba y los de abajo, no eran sino una pose para trasladarse arriba. O que las bondades de las propuestas transversales han ido encaminadas más bien al beneficio personal que a las mejoras generales.

Los errores de los últimos días no se pueden explicar por la casualidad ni pueden presentarse como un desliz. A lo mejor si quedarían confortablemente englobadas en el concepto de desvergüenza.

Desde que está arriba ha conseguido un crédito sin aparentes garantías, a unos intereses que solo se aplican a las grandes fortunas y la compra de una vivienda a la que puede acceder una parte muy minoritaria de la población.

La ejemplaridad es una herramienta muy potente. La ha despreciado. Ha desnudado la razón con la incoherencia. Es de suponer que ha renunciado a que se le vuelva a creer.

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