Las fiestas navideñas ya están aquí y llegan más o menos como hace un año, con una oleada de la pandemia; entonces era la tercera, ahora es la sexta. Hay, sin embargo, alguna diferencia: el año pasado, la ola de la enfermedad estaba en sus prolegómenos, ahora está ya en plena marcha; hace un año el sistema sanitario estaba fatigado, ahora está estresado, cerca del límite. También es cierto que aun no se había empezado con la vacunación y ahora tenemos entre un 70 y un 80 por ciento de la población total vacunada.
Hace unos dos meses pensábamos que una nueva oleada de la covid era posible, incluso probable, pero que, gracias a la vacunación extensa de la población, se contendría dentro de unos límites razonablemente manejables, tanto en cuanto al número de casos, como de hospitalizaciones, ingresos en las unidades de cuidados intensivos y fallecimientos. Se decidió proceder a administrar una tercera dosis a los ciudadanos de alto riesgo, en concreto a los mayores de setenta años y a los que padecen enfermedades crónicas debilitantes y con problemas de depresión inmunitaria.
Y el inicio de esta ola parecía ir por esos derroteros, pero la aparición de una nueva variante, la ómicron, ha cambiado el panorama. Aunque aun se debe determinar la exacta dimensión de la infección por esta nueva variante, parece que no es más virulenta que la delta, predominante hasta ahora, pero sí se sabe que es más contagiosa, doblando el número de infectados cada dos días, cuando la delta lo hace cada tres días y medio.
Además, escapa parcialmente a la protección de las vacunas, sobre todo después de seis meses tras completar la pauta vacunal, por lo que puede infectar a los vacunados con más facilidad que otras variantes, si bien la inmunidad contra una infección grave se restaura con una tercera dosis; de ahí la importancia de extender esta tercera dosis a la población de entre 60 y 69 años que recibió en su momento la vacuna de Astra Zéneca y al resto de los ciudadanos que lleven más de seis meses vacunados.
Y se ha detectado que los niños y adolescentes se están infectando con mucha más frecuencia que en las anteriores oleadas y que, debido a ello, actúan como diseminadores de la infección, amén de padecerla ellos también, con pocos casos de enfermedad grave, pero con una incidencia no despreciable de síndrome poscovid; de ahí la importancia de que también se vacune a la franja de cinco a 11 años y la de 12 a 25.
A pesar de todo, mucho me temo que llegamos tarde y que deberíamos tomar ya medidas más drásticas de limitación del intercambio social. Si las autoridades no actúan con celeridad, lo que quiere decir ya, antes de fiestas, el efecto multiplicador de las celebraciones navideñas nos llevará, probablemente, a una situación pandémica que obligará a nuevos confinamientos, en un 'ritornello' que no esperábamos pero que puede acabar siendo una triste realidad.
En fin, dicen los psicólogos y los sociólogos que en una situación como la actual el pesimismo es nefasto y que debemos procurar imbuirnos de una actitud vital que denominan optimismo pragmático, que consistiría en aparcar la manera de vivir que teníamos antes de la pandemia, en espera de mejores tiempos, olvidarnos de hacer planes a largo plazo y centrarnos en el día a día, exprimir al máximo los momentos positivos y minimizar los negativos.
Estoy bastante de acuerdo con este consejo, así que hay que procurar celebrar estas fiestas con alegría, pero, por favor, evitar reuniones multitudinarias y, sobre todo, proteger a los mayores y más vulnerables no sometiéndolos a peligros innecesarios, y observando las normas de protección: mascarilla, distancia e higiene en las reuniones familiares, que deberían ser de pocas personas, de la estricta burbuja familiar, y de las que sería conveniente que se autoexcluyeran los no vacunados.
A pesar de las circunstancias adversas, les deseo a todos unas felices fiestas, excepto a los antivacunas.