El 20 de diciembre de 2004, el Gobierno Central creaba formalmente el Consorcio de la Playa de Palma. Hizo estos días siete años. Siete años desde que se empezaron a pagar sueldos, porque en realidad el convenio para la creación del Consorcio, el acto público en el que todos los políticos firmaban solemnemente su voluntad de cambiar la Playa de Palma fue del 18 de febrero del 2004, o sea, hará ahora ocho años. Las conversaciones para llegar a ese acuerdo, que abarcaba dos ayuntamientos, el Govern Balear, el Consell de Mallorca y el Gobierno de España, no fueron cuestión de una semana, con lo que ustedes se pueden imaginar que de esto se viene hablando desde 2003. Aún recuerdo a un alto cargo del PSOE contándome que Madrid iba en serio en este asunto, que había verdadera voluntad de impulsar este proyecto, que sería emblemático. Menos mal, porque hoy, siete u ocho años después, se han cambiado algunas farolas, se ha pagado el derribo de un edificio, se han asfaltado algunas calles, pero nada de lo que nos imaginábamos como emblemático. Por no haber, ni siquiera hay un proyecto, dado que el primero fue aparcado por los propios socialistas a cuyo máximo líder casi le da un ataque de pensar que tenía que tomar una decisión. Así que ahora está a punto de salir un concurso nuevo para un segundo proyecto. Siete u ocho años y ni siquiera sabemos qué hacer.
En cambio, el 5 de julio del 2005, en Singapur, Londres conocía que albergaría los Juegos Olímpicos de 2012 y en el verano del 2011, la práctica totalidad de las instalaciones e infraestructuras de la capital británica estaba acabadas y albergaban unos eventos deportivos menores para probar que no haya fallos. Un éxito. En seis años, todo listo para su utilización.
¿Qué tiene más mérito, qué es más representativo de una forma de hacer las cosas, qué es antropológicamente más rico? Para mí, hay mucho menos valor humano, interés sociológico, en que a uno le encarguen hacer una Olimpiada y la haga -que al fin y al cabo es lo previsto- que no en marear papeles durante ocho años, y justificar casi 27 millones de euros en nada. Esto es arte, aquí está nuestra capacidad retórica, nuestra habilidad resultado de un decantado trabajo de perfeccionamiento hecho durante siglos. Algo que merece una visita, un análisis. Para mí el Consorcio, a su modo, es un Macondo: donde hacemos posible lo imposible. Somos, definitivamente, para ser estudiados.
YA VA SIENDO HORA
En cierto modo es normal que el nuevo gerente del Consorcio, Alvaro Gijón, dijera la semana pasada que es el momento de “ver realidades”. Sí, va siendo hora. Y añadió que las administraciones deben demostrar que “van a ir en serio” y que para ello ahora se empieza. En siete meses, dice Gijón, se acabarán los proyectos, para los que se han publicado las licitaciones y habrá obras. Que lo veamos.
De todo esto se corre el riesgo de trasmitir la idea de que aquí nadie ha trabajado, que los 27 millones de euros gastados están en las cuentas corrientes privadas. Esto sería fácil de entender, no tendría secretos. Pero nada más lejos de la realidad. Aquí está la paradoja, lo que debemos estudiar, lo que es tan nuestro: trabajar como locos, hacer planes estratégicos, directores, proyectos integrados, desintegrados y master planes (que es lo mismo pero en inglés) y lograr que nada llegue a la realidad. Porque, efectivamente, no se habrá movido un ladrillo, pero no han parado: se ha creado una poderosa estructura de directivos, mandos intermedios, equipos operativos, y secretarias y asistentes, con sus correspondientes áreas económicas, de asesoría jurídica, de arquitectura, servicios de comunicación y, supongo, informática, control de calidad, relaciones públicas, etcétera y, más o menos, todos se han dejado la piel. Es un decir.
Y ha habido logros. Algunos anticipando los deseos a la realidad: por ejemplo, hubo un debate en el que los expertos ambientalistas del consorcio afirmaban nada menos que habían creado un “nuevo paradigma urbano” que remedia el “desbordamiento sistémico de los límites biofísicos del planeta”. Añadían que este paradigma condensa los objetivos propuestos en el informe Cambio global en España 2020/50. Este verano pasado, según los medios de comunicación, expertos en urbanismo y turismo de diez universidades estuvieron aquí para ver de primera mano este fenómeno: una zona revalorizada como destino turístico, pese a haber sido antes un destino maduro. Los expertos, no podía faltar, reconocieron el éxito del consorcio y la mayor parte explicaron que ya les gustaría que una experiencia así su pudiera llevar a cabo en su tierra. ¡Qué no dirían si algo de lo que aplauden fuera cierto!
CONVENIOS CON TODOS
Por si acaso, el Consorcio ha logrado firmar un convenio con la secretaría de Estado correspondiente, “para avanzar en las políticas de cambio climático”. De hecho, no existe ningún dato de que el Consorcio contamine, pero sí tiene un convenio, de cuatro años, que permitirá que un día haya un balance cero en las emisiones de CO2 en la zona, según la secretaria de Estado, Teresa Ribera, que estuvo en Palma para esta estupenda iniciativa. Todo aplausos.
Otros éxitos del Consorcio, con ser interesantes, están más bien alejados de su objetivo central. Por ejemplo, en toda la red se pueden leer elogios casi ilimitados a las oficinas del ente público, que ocupan la última planta de un edificio del polígono de Son Oms (el de la supuesta corrupción de UM). Se trata de una maravilla de la arquitectura y el diseño. El local del Consorcio es obra de Jordi Herrero, arquitecto que ha logrado niveles de equilibrio y balance de los espacios como pocas veces se habían visto. Un logro indiscutible, aunque no parece esencial.
Tampoco parece central que el Consorcio haya logrado a través del Instituto de Asuntos Sociales ayudas del Fondo Social Europeo por 450 mil euros, para un pacto local por la Ocupación, “destinadas a los colectivos de empresas y organizaciones implicadas”. Pero todo lleva su trabajo, su esfuerzo.
No mencionaré en detalle la presencia en ferias turísticas, pero estuvieron en casi todas las ferias habituales más en decenas de otros lugares, explicando con una gran eficacia y convencimiento lo que se quería hacer. Sólo que no se hizo.
MUCHA COMUNICACIÓN
Y todo esto, que no lo importante, se ha comunicado a nuestra sociedad de forma ejemplar. Se ha hecho una excelente página web en la que se informa de que en el anterior proyecto “realista” para las obras se ha modificado por otro proyecto aún más “realista”. Evidentemente, debe de haber un departamento en el consorcio que se encarga de mantener la página web, porque esta tiene accesos a Flickr, donde están las fotos de las innumerables reuniones que se han venido manteniendo en los últimos años; a Youtube, donde están los vídeos en realidad virtual que incluyen aquellos fantásticos huertos urbanos que ya nunca verán la luz; a Twitter, donde uno se puede dar de alta para seguir los viajes en los que el Consorcio explica sus planes en el extranjero y en diversas ferias mundiales y, faltaría más, están en Facebook.
Podría extenderme, aunque todo esto sea un pelín demagógico. Pero la cuestión que quiero remarcar es que sí se ha trabajado y que si hubiera sido por la anterior gerente, hoy estaríamos en obras. Pero, desde el momento en que ocho años después nos hemos gastado casi 27 millones y no se ha movido un ladrillo, es obvio que se debe reconocer que en el sistema de gestión público español hay algo que falla. No tienen responsabilidad los trabajadores, ni sus jefes, sino el modelo. Precisamente nosotros no estamos en condiciones de hacer varias veces un proyecto, de gastar este dineral sin haber avanzado ni un milímetro, de crear estructuras que se justifican a sí mismas trayendo profesores universitarios o mejorando sus oficinas o fimando convenios que, sin proyecto, son realismo mágico. Probablemente, con 27 millones y sin tanta tontería estratégica, un gestor como toca habría cambiado ya la playa de Palma.
Lo dicho, esto va más allá de la política. Exige un análisis antropológico.