Hay serios motivos para estar preocupados: han pasado cuatro años de crisis y a día de hoy nos tenemos que preguntar en qué fase estamos en la aplicación de las medidas que requiere este país; hasta dónde hemos llegado. El problema era que gastábamos de más. O si quieren, que ingresábamos de menos. Era que producimos poco y a precios no competitivos. Que consumimos más de lo que se corresponde con nuestra capacidad. Que no tenemos eficacia en el sector público.
Hoy ya nadie discute que Zapatero no atinó a dar con la solución. Y ahora hay quienes formulan la duda de si el nuevo Gobierno, a quien aún hay que darle más tiempo para evaluarlo, está acertando o si, por el contrario, no ve que el problema es más profundo que lo que está diciendo. Esta segunda línea de pensamiento, prematuramente crítica, plantea un horizonte que asusta: dice que Rajoy está dando una aspirina a un enfermo de cáncer y que esto es garantía para llegar a una crisis mucho más seria. Y eso es, a su vez, una bomba social de imprevisibles consecuencias.
¿SEGUIMOS EMPEORANDO?
Estos analistas, nos recuerdan que incluso en este mismo año que acabó, las comunidades autónomas han seguido aumentando su endeudamiento como si no estuviéramos en el cuarto año de la crisis (Baleares, por ejemplo, volverá a necesitar 350 millones de deuda adicional el año 2012, cuando en realidad debería haber empezado a devolver lo que pidió en su momento); indican que las empresas públicas autonómicas también han aumentado hasta las 2.600 y que en ellas el endeudamiento se ha disparado de 10.108 a15.495 millones de euros; que los partidos políticos han colocado a 520 mil amigos y conocidos en estas empresas, por diversos mecanismos que jamás respetan el mérito y que si tomamos el conjunto del sistema, esto no tiene forma de ser encarrilado sólo con palabras. Estos expertos se llevan las manos a la cabeza cuando oyen que Madrid dice que “no tocaremos la autonomía financiera y económica de los gobiernos regionales”, que son nuestro cáncer.
Estos analistas suelen estar adscritos a posturas políticas más bien ultraconservadoras. Ya los conocemos, ya nos habían dicho que España tenía un exceso de déficit en su balanza comercial y que el sistema bancario, lejos de ser de Champions como nos explicaba Zapatero, estaba herido de muerte con el ladrillo, cuyos activos estaban sistemáticamente mal valorados. Sean o no ultras, uno estudia la situación de las autonomías y tiende a creerles más a ellos que la versión oficial. ¿Concursos de méritos a nivel regional? Jamás. ¿Gestión seria? Ni siquiera por error. ¿Cómo se puede entender o aceptar que hace sólo seis meses nadie en Valencia advirtiera que iba a llegar la suspensión de pagos que tuvo lugar a final de año y por la que hoy se están adoptando las decisiones radicales que no les queda más remedio que aplicar allí? ¿Cómo podemos aceptar lo que dejó Montilla o Antich? O la concreción de que “vamos a hacer lo que tenemos que hacer”.
Esto nos conduce al problema que empieza a vislumbrarse: puede que la persistencia de la crisis, que la falta de soluciones reales, que la extensión del cáncer, que el charlatanerío vacío nos conduzca a la emergencia de posturas involucionistas. Ya sabemos que cuando la gente sufre, escucha con más atención los cantos de sirena de quienes proponen golpes, primero en la mesa y después en la calle.
NO HAY RESPONSABLES
Esto va a coger más fuerza si fuera cierto que las soluciones que se están viendo sólo atacan a los que no tienen la responsabilidad de la crisis y dejan escaparse con el botín a quienes han abusado de nosotros. Por ejemplo: aquí se han descubierto grandes agujeros en entidades financieras, pero aún no sabemos de nadie que haya sido culpable de nada, ni de falsificar los datos, ni de las auditorías que decían que aquellas entidades estaban bien, ni de la vigilancia; aquí hoy vemos cómo varios ministros se gastaron miles de millones de euros tras haber perdido las elecciones y se van con la medalla de Isabel la Católica; hemos visto las barbaridades de los Ere andaluces y sólo se ha intentado ocultarlo todo; y en las autonomías aún seguimos sin que en lugares como Baleares alguien proponga suprimir duplicidades, alguien nos diga qué hace el Consell de Mallorca debatiendo tonterías como el estado de la isla, mientras el Parlament debate el estado del archipiélago; todo el mundo ha identificado perfectamente que los partidos políticos tienen que ser más trasparentes, pero nadie lo resuelve; todo el mundo sabe que sobran políticos y que están pagados excesivamente en muchos casos (diputados que cobran 60 mil euros por asistir a los plenos cuatro mañanas al mes) o muy mal (un conseller del Govern no llega a los 60 mil y Rajoy apenas pasa de los 70 mil). Los problemas se acumulan y no se resuelven. La imaginación sólo llega a aprobar decretos, o sea a la brocha gorda que suele cargar el peso de la crisis en los que trabajan, en los que tienen una nómina, en los de siempre.
Los demócratas debemos entender que no sólo la chispa que hace estallar el incendio es la culpable de este: si dejamos que la temperatura de la caldera social esté descontrolada y si permitimos un ambiente en el que un incendio pueda prender fácilmente, esto puede terminar en una crisis de la que nadie nos va a sacar.