Insólito. El príncipe Felipe se salta el protocolo y discute en la calle con una ciudadana anónima, valiente y desenfada, sobre monarquía y Constitución. Es la primera vez que este controvertido asunto del sistema político español se trata de tú a tú entre dos partes implicadas y en presencia de cámaras de televisión y otros medios informativos. Es cierto que no plantear un referéndum para que el pueblo español decidiera sobre monarquía o república –las dos únicas formas de constitución política de un estado- formó parte de los pactos preconstitucionales que hicieron posible una transición ejemplar. No se sabe por qué no se pudo plantear. Han pasado más de treinta años y en este tiempo la democracia ha permitido que concurran a las urnas partidos con programas republicanos que no han tenido éxito, y partidos no monárquicos, como el PSOE, nunca han planteado un cambio de sistema. Pero también es cierto, como ha reconocido el Príncipe, que la constitución Española tiene mecanismos de cambio que pueden ser utilizados si dos tercios de las Cortes así lo deciden. En eso ha fallado la valiente ciudadana, que ha pedido al Príncipe que abdique, cosa que puede hacer, o que cambie la Constitución, algo que no está al alcance ni del Príncipe ni del Rey. Pero independientemente de lo constitucional, lo realmente importante de este extraño y esperanzador episodio es que se ha visto que en este país hay límites de libertad y acercamiento a las instituciones que no se ven en las democracias más viejas, y que tenemos un sucesor del Rey que es producto de su tiempo, que rompe corsés, que no teme el contacto directo y que permite y se permite discutir pacíficamente, sin prepotencia, con corrección y hasta con un gesto afectivo en el antebrazo de la joven, sobre monarquía, república y Constitución. Quizá lo único reprochable haya sido eso de “has conseguido un minuto de gloria”. Quizá sobraba. Lo demás, impecable. Ha sido un minuto de libertad.