OPINIÓN |

La confianza repunta tras el G-37

La Bolsa española ha cerrado su mejor mes de enero en diez años, gracias a una subida del 9,6 por ciento en el primer mes de 2011, lo que la ha colocado como el parqué que más se ha revalorizado en Europa en lo que va de año. Cabe recordar que también durante el último diciembre, el principal selectivo del mercado nacional, el IBEX 35, ascendió el 6,4 por ciento. Así que en sólo dos meses, España ha recuperado la confianza del mundo económico, hasta encabezar las alzas en los mercados de Occidente, y este cambio de ciclo tiene un punto de partida: la reunión de los 37 principales empresarios del país en La Moncloa, en la que el presidente del gobierno se comprometió a acelerar las reformas. Desde entonces, las cajas han certificado sus fusiones a un ritmo de vértigo, mientras que la reforma de las pensiones se ha arreglado también a todo trapo, después de que ambas medidas hayan sobrevolado toda la legislatura como un asunto cuyo cambio resultaba fundamental para la mejora económica, aunque hasta hace dos meses, la velocidad de estas negociaciones iba al paso de tortuga. Sebastián Escarrer y Carmen Riu participaron junto a más de treinta empresarios en el cónclave del que consiguieron que las reformas no sólo fueran una promesa, sino que lo valioso era la fecha límite para que se convirtieran en realidad. Zapatero prometió entonces que cada dos o tres meses volvería a reunir a los protagonistas del encuentro. El ímpetu de los empresarios ha socorrido a los políticos, al haber jugado un papel clave en la recuperación de la confianza en España, por haber trasladado a los gobernantes las recetas que en todo el mundo coinciden que le hacían falta al país. En parte, los empresarios deben sentirse partícipes de la mejora inversora sobre el país, también palpable en el descenso de la prima de riesgo de la deuda soberana. El problema es que la prontitud de las reformas ha derivado en que por ejemplo la de las cajas se esté sacando de tiesto, al exigir unos requisitos de capital que no debieran ser la única manera de ponderar la solvencia de estas entidades, a las que se ha apremiado a cotizar en Bolsa, despojándolas su naturaleza social y poniendo en peligro su ya de por sí difícil competencia entre iguales con los bancos. Las cajas han perdido así su característico respaldo político inquebrantable, y buena muestra de ello la hay en Baleares, donde en las últimas semanas sólo se ha reunido en el Consolat a los expertos financieros para pedir dinero, en vez de en búsqueda de un consejo que se ha demostrado de gran valía.

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