MARIA JUAN. Eurovisión es un símbolo. Aunque ya no se sabe muy bien de qué.
Un festival que nació el año 1956 con, básicamente, la intención de hermanar a los diferentes países europeos que salían de una etapa negra. Debería redefinirse, como poco.
Se han dado algunos cambios importantes, por supuesto. Por ejemplo, empezaron siete naciones y ahora se aprende geografía leyendo la lista de participantes.
También podrían dejarle morir con dignidad. Se la merece.
A veces da miedo innovar o adaptarse simplemente a lo que te piden los tiempos, o sea los ciudadanos. Es lo que le pasa al ministro Wert. La religión fomenta el miedo, entre otras cosas, y a los agnósticos, ateos o no católicos no nos interesa. No sufra
Sr. Wert, por nuestras almas. La mayoría de estudiantes agradecerían más profesores, más clases de idiomas y más becas para seguir estudiando y para recorrer Europa y más allá.
Sí Sr. ministro, queremos, los ciudadanos poder viajar y estudiar, trabajar y aprender. Eso que llaman avanzar.
Eurovisión es un recuerdo de un sábado noche, en casa y mesa camilla, era la única posibilidad de ver Europa, o casi la única para la mayoría de ciudadanos.
Eurovisión recuerda a pocas posibilidades y a añoranza en aquéllos que sí viajaban al extranjero, pero para sobrevivir.
Cambiaron los tiempos, Sr. Wert, gracias al esfuerzo y tesón de muchos, de casi todos. Pero en la rueda de los tiempos, a veces hay baches.
Nunca se avanzó sin apuestas valientes, sin inteligencia, sin preparación. Ni mucho menos echando mano de la religión, señor ministro.
No miramos al futuro precisamente teniendo a los científicos exiliados, logrando notables éxitos, mientras aquí dan categoría absoluta de asignatura a la religión.
Miedo da, aunque no nos asusta.
Eurovisión aún existe y el Vaticano es uno de los tres estados que nunca ha participado.
Los ciudadanos hoy ya conocemos Europa y la noche de Eurovisión ha dejado de ser un sueño, hasta para Morfeo.
No avanzaremos rezando, y Ud. lo sabe. Esto también da miedo, mucho.