Si yo fuera el entrenador del Mallorca me despreocuparía totalmente del liderato, que no peligra, y me centraría en preparar el play off. Ser campeón o no carece de la menor trascendencia, por mucho que se la quieran dar y que Maheta Molango necesite el título para su escaparate de motos. Si como asegura quiere acercar el terreno de juego a la grada de sombra me gustaría saber dónde piensa meter el “chill out” que estrenó el domingo para presumir de haber inventado el fútbol, pues no sirve para otra cosa. Acabar el primero en la fase regular del campeonato, tampoco. No tiene mérito, era y es una ineludible obligación.
Salvo el Elche y el Hércules, únicos históricos del grupo, los de Vicente Moreno no han competido con ningún enemigo de pedigrí. Tres filiales dignos de emparejarse con el Mallorca B de Gálvez –Aragón, Mestalla y Villarreal- y catorce clubs residentes en ciudades y poblaciones de pocos habitantes y presupuestos irrisorios, lo cual incluye al Atlético Baleares por mucho que duela, no por Palma pero si por estimación económica. Ni el Lleida, ni el Sabadell, constituyen excepción y, en caso contrario, confirmarían la regla.
De verdad y sin ánimo de ofender, capitanear esta tropa no es para sentirse orgulloso de nada. Casi tres años después todavía desconocemos por y para qué desembarco en el club el millonario americano Robert Sarver y sus ejecutivos. Sabíamos que no fue por amor a los colores ni a sus anales, ni siquiera a la Isla, pero tampoco pensábamos que el proyecto se limitara a pasear el garbo por esta categoría infame y en esta disyuntiva estamos a falta de tres jornadas y seguiremos en junio pase lo que pase hasta entonces.