El avance del coronavirus está obligando a adoptar paulatinamente una serie de medidas encaminadas a parar la enfermedad. Se trata de frenar el coronavirus con todas las herramientas al alcance. Desde las sanitarias -obviamente- a las de carácter social o laboral. En este sentido, la realidad ya se está imponiendo con un aluvión de suspensiones y aplazamientos de todo tipo de acontecimientos. Competiciones deportivas -empezando por la propia Liga de fútbol-, fiestas populares, actos culturales, religiosos, espectáculos... La lista se ha ido engrosando en cuestión de horas, aumentando también el número de empresas que, mientras dure la crisis, han optado por el teletrabajo.
Se impone el sentido común, sin caer en la psicosis colectiva. No es aconsejable hacer vida normal, de la misma manera que es inconveniente dejarse llevar por el pánico. Mantener la higiene personal más básica y evitar contacto directo con otras personas deberían bastar para reducir la curva de casos. En otros países se ha conseguido frenar la progresión mientras que países como Italia, España y Francia se encuentran entre los más afectados del mundo, tras China -origen de la pandemia- y otros países de su entorno geográfico. No se puede trasladar la imagen de que no se toma en serio la amenaza, a la vez que una prolongación de la crisis tendrá, cada vez más, unos efectos muy negativos.
Por ello es necesario adoptar con la mayor celeridad todo tipo de medidas. En este sentido, no todas las comunidades están actuando de la misma manera. Mientras Madrid ha reducido su actividad a niveles casi vegetativos, Andalucía persiste en mantener la Semana Santa. Convendría una cierta unidad de criterio para evitar el ejemplo de Italia, donde se han ido tomando decisiones tarde y mal con un resultado final de casi doscientos muertos y los ciudadanos prácticamente confinados en sus casas.
En Baleares, el Govern ha reclamado una mayor restricción de las llegadas de transportes procedentes de zonas de riesgo, tanto en puertos como en aeropuertos. Aunque de todas formas, la decisión de suspender las clases ha sido la decisión más llamativa y acertada para frenar el virus. El ejecutivo de Armengol reaccionó a la recomendación de Pedro Sánchez en este sentido, poco más de una hora después de haber negado tal posibilidad. No adoptar esta decisión desde primera hora no significaba más que el aplazamiento de un paso que indefectiblemente había que dar. El Govern lo ha dado, por muy impopular que pueda ser y aunque se hubiera amparado en que los casos de coronavirus en las Islas suponen menos del 1 por ciento de todos los contabilizados en España. Adoptar decisiones tarde es casi tan perjudicial como no adoptarlas. El mal ejemplo de Italia es palmario.